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La cuarta dimensión

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Retomamos otro artículo publicado previamente en La Ciudad Viva que, al hilo del anterior, reflexiona sobre el concepto de vecindad en un mundo glocal, con una relación en tiempo real entre lo digital y lo presencial que forma lo que Domenico llama “la cuarta dimensión”.

Todos nos hemos pasado una noche entera en Facebook o en Twitter hablando con amigos y conocidos, muchas veces gente que vive a miles de kilómetros. Sabemos lo que pasa en China y hasta el detalle más nimio de la ceremonia de los Oscars. ¿Por qué no nos pasamos la noche charlando con nuestros vecinos? ¿Por qué mi identidad ya no tiene relación con el barrio en el que vivo, ni me entero ya de lo que ocurre en la calle de al lado? El progreso nos ha cambiado el barrio por la aldea global pero la llegada de Internet nos ofrece lo mejor de los dos mundos gracias a la cuarta dimensión.

yo cojo lo de los demás, los demás cogen lo mío

La palabra globalización es una farsa. No hay globalización, sólo hay virtualización. Lo que está siendo efectivamente globalizado es el tiempo. Ahora todo sucede dentro de la perspectiva del tiempo real: de hoy en adelante estamos pensados para vivir en un sistema de tiempo único.
[…]
Por primera vez la historia va a revelarse dentro de un sistema de tiempo único: el tiempo global. Hasta ahora la historia ha tenido lugar dentro de tiempos locales, estructuras locales, regiones y naciones. Pero ahora, en cierto modo, la globalización y la virtualización están inaugurando un tiempo universal que prefigura una nueva forma de tiranía.
[…]
De este modo vemos por un lado al tiempo real sustituyendo al espacio real. Por otro lado tenemos el tiempo global, perteneciente al multimedia, al ciberespacio, increíblemente dominando la estructura del tiempo local de nuestras ciudades, nuestras vecindades.

Paul Virilio planteaba en 1995 los efectos del progreso, concretamente del ciberespacio, en la sociedad. Reflexionaba sobre el concepto de tiempo real y tiempo único, entendiéndolo como la destrucción definitiva del espacio real. Debo decir que estoy fascinado con esta reflexión de Virilio, que se define a sí mismo como filósofo y urbanista autodidacta (¡Gracias Manon por descubrírmelo!).

No obstante, estoy totalmente en desacuerdo con él porque no tiene en cuenta algo que hoy se da por sentado: la hibridación físico-digital. Afortunadamente, hace ya años que se dejó de hablar de ciberespacio y se empezó a hablar de una sola realidad con diferentes facetas, entre ellas la digital y la presencial. Segundo, porque lo que dice Virilio se parece más a lo que han generado los medios de comunicación de masas y la primera etapa de Internet. En realidad, este momento es el comienzo de un proceso que va en sentido opuesto.

Cuando Virilio habla del concepto glocal da a entender que en esta nueva relación entre local y global, lo local sale perdiendo y, por consiguiente, aparecen ciudades sin interés, que dependen de lo que él denomina “tiempo global” o “tiempo único”. Me acuerdo ahora precisamente de Virilio porque expone el problema y el peligro y justo es hoy, en estos momentos, cuando se está produciendo un cambio histórico.

En una entrevista dice “si el tiempo es dinero, entonces la velocidad es poder”. Ahí ha dado en el clavo. Es más, añadiría que el poderoso es aquel que puede permitirse perder el tiempo.

Estoy convencido de que el “tiempo real” puede ser la herramienta más poderosa que los ciudadanos hayan tenido. Lo es por dos simples razones. La primera, porque les permite organizar, plantear, crear y formar parte de procesos distribuidos de creación, transformación y gestión urbana. Me refiero a procesos que sólo son posibles cuando el retorno de la información sobre los resultados de las acciones de cada uno permite reaccionar y redirigir el proceso hacia lo que desea cada individuo. La segunda razón es que el tiempo real es la base de lo que podríamos llamar ambient intelligence, un “lugar” en el que personas, proyectos y objetos que configuran un entorno pueden interactuar para fomentar la serendipia, el conocimiento y la creación colectiva.

Hablamos, claro está, de procesos claramente locales, horizontales y distribuidos. Procesos que devuelven a la ciudad su carácter de espacio de aprendizaje, como bien nos recuerdan Paco González y Enric Senabre.

La cuestión es, ¿cómo lo conseguimos?

Casi todos tenemos un smartphone, o por lo menos un ordenador con acceso a Internet. Estos dispositivos nos dan acceso a la cuarta dimensión (SentientID).

La cuarta dimensión nace cuando nos encontramos en un ambient intelligence. Se trata de la conexión definitiva entre el espacio, el tiempo y la capa de información. Virilio temía que esa capa de información se comería las demás de facetas de la realidad, sin embargo ese peligro ya no existe gracias a la hibridación.

El disponer de información en tiempo real de todo lo que nos rodea aumenta las posibilidades de crear espacios comunes de interacción. Internet nos permite relacionar la información digital de todos los agentes “sensibles” que configuran un mismo entorno físico y que podamos acceder a ella en tiempo real, por eso es en Internet donde se dan con más facilidad la construcción de este tipo de espacios.

Ahora tenemos la capacidad de trasladar todo ese potencial que se genera en Internet al espacio físico. Tenemos la capacidad de conocer los proyectos, las pasiones, las ideas y los deseos que laten en las calles y en los hogares de nuestro barrio. No se trata de conocer la vida íntima de cada vecino sino de tener una idea general sobre lo que ocurre a nuestro alrededor, como cuando salimos a la calle un día soleado tras varios días de lluvia y notamos que todo el mundo parece feliz. Esta sensibilidad al entorno (ambient awareness, en inglés) es algo que está en peligro de extinción.

mi identidad la busco en los demas

Si nos paramos a pensar, sabemos qué ocurre al otro lado del Atlántico pero si alguien nos preguntara qué pasa en el barrio, posiblemente contestaríamos que en nuestro barrio nunca pasa nada.

El progreso nos ha quitado la ambient awareness y el progreso nos la devuelve a través del uso de dispositivos con acceso a Internet. La sensibilidad al entorno no puede existir si no disponemos de información en tiempo real y contextualizada. Mediante el intercambio de esta información recuperamos ambient awareness, la base para sobre la que construir ese lugar de creación que hemos llamado ambient intelligence.

Dicho de otra manera: la interacción que podemos tener con nuestros vecinos y la cantidad de información digital relacionada con nuestro entorno físico no pasa por un modelo automático que define a los ciudadanos como autómatas guiados por máquinas. Los dispositivos en este caso son un mero instrumento y nos sirven para seleccionar la información necesaria para crear ambient awareness y, cuando nosotros lo deseamos, dar un paso más y conectar con aquello que nos llama más la atención.

Peuplade, por ejemplo es una red social hiper-local nacida en París en 2003 y que ya funciona en 16 ciudades francesas. Conecta a los vecinos de calles y barrios y facilita que se organicen iniciativas como establecer turnos para acompañar a los niños al colegio, celebrar fiestas, etc. También permite crear bancos de tiempo e intercambiar objetos y servicios.

En la misma línea, Voisin-age permite a los vecinos de un barrio conocerse y organizarse para ayudar a personas mayores que viven solas.

Lo más interesante de Peuplade y de Voisin-age son los efectos indirectos: dan la oportunidad a la gente de conocerse y establecer relaciones. Es decir, crean ambient awareness y fomentan ambient intelligence, ingredientes indispensables para la solidaridad social.

También han surgido herramientas más flexibles y adaptadas a dispositivos móviles. Por ejemplo, Whatif (de Ecosistema Urbano) y Neighborland. Esta última conecta a personas con ideas afines, iniciativas y recursos. Permite evaluar qué quieren los residentes de las diferentes áreas y espacios públicos del barrio. Además, al poner sobre la mesa las demandas vecinales y demostrar que hay una base de clientes viables, promueve el espíritu empresarial en el barrio.

Son prototipos, pioneros en el acercamiento a la ambient intelligence y a la cuarta dimensión. Les falta mejorar en su conexión con lo más cercano y con el tiempo real.

la democratización de la tecnología

Las inquietudes de Paul Virilio derivan de un uso de la tecnología de la información que hasta hace muy poco nada tenía de horizontal ni de distribuido, incluso en Internet. Ahora que los ciudadanos tenemos las manos en la masa es imperativo que adquiramos la capacidad, sobre todo cultural, de entender la tecnología como un medio y que lo aprovechemos para experimentar nuevos modelos de relación con el entorno físico y las personas que nos rodean. Nos tenemos que adueñar de la tecnología, humanizarla y dejar de pensar en ella como una novedad.

Pensad en ello: la clave para una ciudad realmente atractiva es pasar del paradigma del consumo de espacios y experiencias a la creación de espacios y plataformas para el aprendizaje colectivo.

 

Artículo previamente publicado en La Ciudad Viva, desarrollado por Domenico Di Siena (@urbanohumano), con la colaboración de Manon Bublot (@heterotopie) y Marisa Rodríguez (@la_madalena) para Ecosistema Urbano (@ecosistema).

Imágenes por @lacasinegra, una selección a partir de la presentación: “40 frames de termitas, ¿existe un cine sin cine?”

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Conversaciones de ascensor en una ciudad sin intermedios

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Retomamos otro artículo publicado previamente en La Ciudad Viva que expone una visión personal, cotidiana y desenfadada sobre los no-lugares intermedios, los resquicios olvidados entre ciudad y vivienda.

 

Soy arquitecto —lo confieso—, pero como a tantas otras personas me ha tocado vivir en sitios creados, no según principios arquitectónicos, sino por requerimientos inmobiliarios, que por desgracia son muy diferentes. En cualquier caso, lo que hoy me gustaría contar es algo que he vivido como habitante, como usuario, como vecino, como visitante, en el día a día de mi ciudad, y con lo que cualquiera podría sentirse identificado.

¿Os habéis encontrado alguna vez con alguien en el ascensor? Seguro que sí. Aunque a veces me da la sensación de que los ascensores modernos están diseñados para evitarlo, muchas veces ocurre. Y seguro que os sonará esta conversación, palabra arriba, palabra abajo:

Conversación de ascensor

¿Os habéis preguntado alguna vez por qué somos tan escuetos en esos encuentros? Yo le he dado algunas vueltas —especialmente entre las plantas segunda y quinta—, y entre muchas posibles razones como podría ser sentir antipatía hacia ese vecino, ser tímido, no estar de humor, etc. he acabado descubriendo una muy sencilla: porque en un ascensor es prácticamente imposible mantener una conversación.

Lo he intentado varias veces, y siempre acabamos igual: uno de los dos interlocutores ya de pie en su pasillo, cargado con las bolsas de la compra, y el otro dentro del ascensor, con el dedo puesto en el botón que impide que las puertas se cierren y corten alguna frase en dos como una guillotina; ambos intentando alargar un momento fugaz de encuentro. Se me ocurren muchas situaciones en las que me apetecería conversar, pero casi todas tienen una luz más bonita, un espacio más acogedor, una postura más cómoda y algo más de tiempo por delante.

Como consecuencia inevitable de esta dificultad, llegamos a evitar encontrarnos con otra gente en el ascensor, condenados a una presencia y un silencio forzados. La mayoría de las veces sólo los niños, directos a lo que les interesa sin convenciones y cortesías de por medio, son capaces de comenzar y acabar una micro-conversación de ascensor, con una observación o una pregunta directa, y aún así tampoco es un lugar en el que quieran estar.

¡Que alguien diga algo! - Silencios incómodos de ascensor

Basta un breve paseo por redes sociales como Facebook para ver el sintomático —e hilarante— imaginario colectivo que hay alrededor de todo esto:

Mirar los botones del ascensor cuando subo con alguien desconocido
Rogarle al ascensor que cierre sus puertas antes de que llegue la vecina
No sé qué hacer cuando subo o bajo en ascensor con un desconocido

Yo también cuando estoy en un ascensor y sube gente me quedo mirando el piso
Por esos momentos de silencio en el ascensor con los vecinos

Y es que un ascensor es uno de los no-lugares más conseguidos que existen. Es casi imposible lugarizarlo, hasta el punto de llegar a convertirse por ello en un reto, objeto de las fantasías más íntimas. El tiempo compartido en ese reducido espacio es mínimo, apenas da para cruzar tres o cuatro frases. La presencia física es forzosamente cercana, nada natural. Incluso la orientación espacial se anula, dificultando la percepción de la velocidad, la dirección, la ubicación y la orientación. Recuerdo lo incomprensible que le parecía a mi abuelo que la casa de mis tíos diera a la misma calle por la que él había entrado. El ascensor le convertía el edificio en un auténtico Escher.

Pues bien, gran parte de lo dicho sobre los ascensores también se podría decir del resto de espacios comunes en la mayoría de los vecindarios urbanos que conozco. Entre la vastedad impersonal de la ciudad y la intimidad de la vivienda faltan espacios de relación intermedios que pudieran ser casi tan variados como la primera y casi tan cómodos como la segunda. Todo lo que hay es un sistema de espacios dedicados al transporte y la clasificación alfanumérica de personas y objetos, sin ninguna otra función posible. En ese aspecto, el recorrido de acceso desde la calle a un apartamento no se diferencia en nada de, digamos, los túneles de la M-30, y las políticas de desarrollo urbano actuales nos están llevando cada vez más a la ciudad de paso, la ciudad archivador, la ciudad ascensor: una ciudad sin resquicios donde la vida social pueda ocurrir.

Esquema típico de acceso a un edificio de viviendas

Cuando alguien a mi lado saca a colación el clásico debate sobre si la arquitectura puede o no mejorar la sociedad y la vida de las personas, suele venirme a la cabeza todo esto: parece que, por lo menos, puede empeorarla. Eliminando espacios de actividad, limitando las oportunidades de encuentro, clasificando actividades en compartimentos estancos y excluyendo el lado social de las personas.

A veces, al hablar de estos temas, algunos me han planteado ciertas dudas dignas de atención: ¿Y si la arquitectura y el urbanismo “inmobiliarizados”, hechos por pura ley de mercado, responden realmente a una demanda? Si se hacen de esa manera, ¿será por alguna otra razón más allá de optimizar el espacio para aumentar el rendimiento económico? ¿Y si resulta que la gente quiere vivir así? Llegar a su casa por un pasadizo secreto, reducir al máximo el camino desde el coche hasta el recibidor, no ver ni oír jamás al vecino, ocultar todas sus actividades al resto…

Hay al menos dos cosas que me hacen pensar que no es así, al menos no como para justificar la forma tan masiva en que se han extendido los edificios-archivador:

Por un lado —y esto daría para un artículo aparte— hay que tener en cuenta que la calidad de la arquitectura y el urbanismo no se puede relacionar tan directamente con la respuesta del mercado. La arquitectura no es un bien de consumo opcional —si no te gusta o no te lo puedes permitir, no lo compras— sino que responde a varias motivaciones que podríamos situar a distintos niveles de profundidad en modelos como la pirámide de Maslow. La necesidad, incondicional y previa a muchas otras, de tener una vivienda influye mucho más que otros factores como el precio o la calidad, así que el hecho de que la gente las acepte tal y como se diseñan y construyen hoy día no es un indicador nada fiable de su calidad.

Por otro lado, tampoco me creo que la gente quiera vivir así, al menos no exclusivamente y por “imperativo arquitectónico”. En nuestra vida diaria podemos observar que vivimos en un pulso perpetuo entre las necesidades de intimidad y reconocimiento, de retiro y convivencia, de autonomía y relación, y otras muchas. Un pulso que si se desequilibra, puede provocar anomalías de comportamiento. Por ejemplo, la curiosidad hacia la vida de los demás es algo que está en la naturaleza humana, nos permite identificarnos con otros, establecer lazos, aprender conductas y transmitir conocimientos, en definitiva formar una sociedad y una cultura con los demás. Todos somos un poco voyeurs —de ahí el éxito de la prensa rosa—, y si se nos permite serlo de forma natural, rara vez llegaremos a rozar lo enfermizo. De la misma manera, todos somos también un poco exhibicionistas, un poco juerguistas, un poco entrometidos… en suma y por así decirlo, bastante gregarios.

No podemos evitarlo. Conquistamos nuestros pasillos con alfombrillas de diseños varios, colgamos elementos decorativos en las puertas, colocamos plantas que luego cuidamos con esmero, e incluso sacamos pequeños muebles auxiliares, fragmentos domésticos que pugnan por salir al espacio común y acaban casi siempre convirtiéndose en la única señal de vida humana entre el número del portal y la letra de la puerta.

Welcome, pero...

Otro pequeño ejemplo: En el edificio donde vivo, como en muchos otros, las plazas de garaje tienen trasteros detrás. Todos sabemos cómo es un garaje subterráneo comunitario: es un espacio oscuro, crudo, frío, absolutamente inhóspito. Otro no-lugar de manual, en el que parece que nada bueno podría suceder. Pero sucede. Una tarde, estando en mi trastero —acondicionado como taller casero de bicicletas, chapuzas caseras y maquetas—, oigo el sonido de una radio, y al asomarme al garaje me encuentro que hay dos trasteros más abiertos, arrojando franjas de luz cálida sobre los coches. En cada uno se adivina un pequeño paraíso personal de bricoleur, o de coleccionista, o de aficionado al modelismo. De uno de ellos sale el sonido de la radio, del otro, el de una sierra de calar. Un vecino sale y entra llevando piezas de madera que va cortando. Al rato, el otro aparece en la puerta preguntando por ciertos tornillos que le faltan. Y cuando nos damos cuenta, nos encontramos sumidos en la magia social que nace de las actividades, los intereses y los espacios compartidos.

¿Por qué no hay un lugar para todo eso en nuestras ciudades y edificios? ¿Y qué lugar sería ese?

Esa pregunta tendríamos que respondérnosla todos, arquitectos o no. Para mí, sería un lugar intermedio, un resquicio habitable entre lo privado de la vivienda y lo público de la calle. Un lugar donde pudiéramos sacar aquello que quisiéramos exhibir, o realizar las actividades en las que no nos importara ser observados y encontrarnos voluntariamente con otros… o no. Si lográramos salvar los primeros miedos y prejuicios que tenemos tras largos años de vecindad constreñida, parca y enrarecida, si pudiéramos salir del círculo vicioso de desconocimiento y recelo, si nos reeducáramos poco a poco en nuevas maneras de respetar y aprovechar lo colectivo…

… ¿qué podría pasar si parte del espacio de cada propietario estuviera en el espacio común, y tuviera derecho a personalizarlo y ocuparlo? ¿Si en cada acceso o planta hubiera espacio, ventilación, buena temperatura y luz? ¿Qué podría suceder si los ascensores fueran transparentes, y permitieran ver esos espacios comunes previos a cada vivienda? ¿Y si incluyeran pantallas, tablones de anuncios, o pequeñas bibliotecas? ¿O si tuvieran un control manual de velocidad, pudiendo pararse a cualquier altura y volver atrás? ¿Qué podría ocurrir si los trasteros-talleres dieran a esos espacios, o al patio común, o a la piscina?

A la vez, añadiendo una dimensión más contemporánea, podríamos hablar de la creación de otro lugar intermedio entre lo privado de nuestro ordenador o nuestro móvil, y lo público de Internet. Otra nueva clase de espacio compartido que funcionaría en paralelo —pero siempre en relación cercana— con el espacio físico y en el que, salvando incluso las actuales barreras arquitectónicas en las que nos hemos encerrado, el concepto de vecindad pudiera comenzar a revivir y florecer… Pero eso mejor lo dejamos para otro artículo.

 

Texto e ilustraciones por Jorge Toledo (@eldelacajita) para Ecosistema Urbano (@ecosistema). Publicado previamente en La Ciudad Viva (@ecosistema).

Os recomendamos pasaros por el post original para seguir el interesante debate desarrollado en los comentarios.

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Curso de experto en tecnologías emergentes: realidad aumentada | EMTEC

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Mañana martes día 12 tendrá lugar en la UEM (12:30-14:30h, Aula C333) una sesión de taller que está vinculada al Curso de Experto en Tecnologías Emergentes: Realidad Aumentada que comienza el próximo mes de noviembre y finaliza en mayo de 2013.

Tras presentar brevemente la incidencia del entorno aumentado de lo arquitectónico se iniciará un taller donde se utilizará la consola KINECT. Os dejamos el cartel:

Curso EMTEC