Comments: (4)

Conversaciones de ascensor en una ciudad sin intermedios

Category: ⚐ ES+arquitectura+LCV+urbanismo

Retomamos otro artículo publicado previamente en La Ciudad Viva que expone una visión personal, cotidiana y desenfadada sobre los no-lugares intermedios, los resquicios olvidados entre ciudad y vivienda.

 

Soy arquitecto —lo confieso—, pero como a tantas otras personas me ha tocado vivir en sitios creados, no según principios arquitectónicos, sino por requerimientos inmobiliarios, que por desgracia son muy diferentes. En cualquier caso, lo que hoy me gustaría contar es algo que he vivido como habitante, como usuario, como vecino, como visitante, en el día a día de mi ciudad, y con lo que cualquiera podría sentirse identificado.

¿Os habéis encontrado alguna vez con alguien en el ascensor? Seguro que sí. Aunque a veces me da la sensación de que los ascensores modernos están diseñados para evitarlo, muchas veces ocurre. Y seguro que os sonará esta conversación, palabra arriba, palabra abajo:

Conversación de ascensor

¿Os habéis preguntado alguna vez por qué somos tan escuetos en esos encuentros? Yo le he dado algunas vueltas —especialmente entre las plantas segunda y quinta—, y entre muchas posibles razones como podría ser sentir antipatía hacia ese vecino, ser tímido, no estar de humor, etc. he acabado descubriendo una muy sencilla: porque en un ascensor es prácticamente imposible mantener una conversación.

Lo he intentado varias veces, y siempre acabamos igual: uno de los dos interlocutores ya de pie en su pasillo, cargado con las bolsas de la compra, y el otro dentro del ascensor, con el dedo puesto en el botón que impide que las puertas se cierren y corten alguna frase en dos como una guillotina; ambos intentando alargar un momento fugaz de encuentro. Se me ocurren muchas situaciones en las que me apetecería conversar, pero casi todas tienen una luz más bonita, un espacio más acogedor, una postura más cómoda y algo más de tiempo por delante.

Como consecuencia inevitable de esta dificultad, llegamos a evitar encontrarnos con otra gente en el ascensor, condenados a una presencia y un silencio forzados. La mayoría de las veces sólo los niños, directos a lo que les interesa sin convenciones y cortesías de por medio, son capaces de comenzar y acabar una micro-conversación de ascensor, con una observación o una pregunta directa, y aún así tampoco es un lugar en el que quieran estar.

¡Que alguien diga algo! - Silencios incómodos de ascensor

Basta un breve paseo por redes sociales como Facebook para ver el sintomático —e hilarante— imaginario colectivo que hay alrededor de todo esto:

Mirar los botones del ascensor cuando subo con alguien desconocido
Rogarle al ascensor que cierre sus puertas antes de que llegue la vecina
No sé qué hacer cuando subo o bajo en ascensor con un desconocido

Yo también cuando estoy en un ascensor y sube gente me quedo mirando el piso
Por esos momentos de silencio en el ascensor con los vecinos

Y es que un ascensor es uno de los no-lugares más conseguidos que existen. Es casi imposible lugarizarlo, hasta el punto de llegar a convertirse por ello en un reto, objeto de las fantasías más íntimas. El tiempo compartido en ese reducido espacio es mínimo, apenas da para cruzar tres o cuatro frases. La presencia física es forzosamente cercana, nada natural. Incluso la orientación espacial se anula, dificultando la percepción de la velocidad, la dirección, la ubicación y la orientación. Recuerdo lo incomprensible que le parecía a mi abuelo que la casa de mis tíos diera a la misma calle por la que él había entrado. El ascensor le convertía el edificio en un auténtico Escher.

Pues bien, gran parte de lo dicho sobre los ascensores también se podría decir del resto de espacios comunes en la mayoría de los vecindarios urbanos que conozco. Entre la vastedad impersonal de la ciudad y la intimidad de la vivienda faltan espacios de relación intermedios que pudieran ser casi tan variados como la primera y casi tan cómodos como la segunda. Todo lo que hay es un sistema de espacios dedicados al transporte y la clasificación alfanumérica de personas y objetos, sin ninguna otra función posible. En ese aspecto, el recorrido de acceso desde la calle a un apartamento no se diferencia en nada de, digamos, los túneles de la M-30, y las políticas de desarrollo urbano actuales nos están llevando cada vez más a la ciudad de paso, la ciudad archivador, la ciudad ascensor: una ciudad sin resquicios donde la vida social pueda ocurrir.

Esquema típico de acceso a un edificio de viviendas

Cuando alguien a mi lado saca a colación el clásico debate sobre si la arquitectura puede o no mejorar la sociedad y la vida de las personas, suele venirme a la cabeza todo esto: parece que, por lo menos, puede empeorarla. Eliminando espacios de actividad, limitando las oportunidades de encuentro, clasificando actividades en compartimentos estancos y excluyendo el lado social de las personas.

A veces, al hablar de estos temas, algunos me han planteado ciertas dudas dignas de atención: ¿Y si la arquitectura y el urbanismo “inmobiliarizados”, hechos por pura ley de mercado, responden realmente a una demanda? Si se hacen de esa manera, ¿será por alguna otra razón más allá de optimizar el espacio para aumentar el rendimiento económico? ¿Y si resulta que la gente quiere vivir así? Llegar a su casa por un pasadizo secreto, reducir al máximo el camino desde el coche hasta el recibidor, no ver ni oír jamás al vecino, ocultar todas sus actividades al resto…

Hay al menos dos cosas que me hacen pensar que no es así, al menos no como para justificar la forma tan masiva en que se han extendido los edificios-archivador:

Por un lado —y esto daría para un artículo aparte— hay que tener en cuenta que la calidad de la arquitectura y el urbanismo no se puede relacionar tan directamente con la respuesta del mercado. La arquitectura no es un bien de consumo opcional —si no te gusta o no te lo puedes permitir, no lo compras— sino que responde a varias motivaciones que podríamos situar a distintos niveles de profundidad en modelos como la pirámide de Maslow. La necesidad, incondicional y previa a muchas otras, de tener una vivienda influye mucho más que otros factores como el precio o la calidad, así que el hecho de que la gente las acepte tal y como se diseñan y construyen hoy día no es un indicador nada fiable de su calidad.

Por otro lado, tampoco me creo que la gente quiera vivir así, al menos no exclusivamente y por “imperativo arquitectónico”. En nuestra vida diaria podemos observar que vivimos en un pulso perpetuo entre las necesidades de intimidad y reconocimiento, de retiro y convivencia, de autonomía y relación, y otras muchas. Un pulso que si se desequilibra, puede provocar anomalías de comportamiento. Por ejemplo, la curiosidad hacia la vida de los demás es algo que está en la naturaleza humana, nos permite identificarnos con otros, establecer lazos, aprender conductas y transmitir conocimientos, en definitiva formar una sociedad y una cultura con los demás. Todos somos un poco voyeurs —de ahí el éxito de la prensa rosa—, y si se nos permite serlo de forma natural, rara vez llegaremos a rozar lo enfermizo. De la misma manera, todos somos también un poco exhibicionistas, un poco juerguistas, un poco entrometidos… en suma y por así decirlo, bastante gregarios.

No podemos evitarlo. Conquistamos nuestros pasillos con alfombrillas de diseños varios, colgamos elementos decorativos en las puertas, colocamos plantas que luego cuidamos con esmero, e incluso sacamos pequeños muebles auxiliares, fragmentos domésticos que pugnan por salir al espacio común y acaban casi siempre convirtiéndose en la única señal de vida humana entre el número del portal y la letra de la puerta.

Welcome, pero...

Otro pequeño ejemplo: En el edificio donde vivo, como en muchos otros, las plazas de garaje tienen trasteros detrás. Todos sabemos cómo es un garaje subterráneo comunitario: es un espacio oscuro, crudo, frío, absolutamente inhóspito. Otro no-lugar de manual, en el que parece que nada bueno podría suceder. Pero sucede. Una tarde, estando en mi trastero —acondicionado como taller casero de bicicletas, chapuzas caseras y maquetas—, oigo el sonido de una radio, y al asomarme al garaje me encuentro que hay dos trasteros más abiertos, arrojando franjas de luz cálida sobre los coches. En cada uno se adivina un pequeño paraíso personal de bricoleur, o de coleccionista, o de aficionado al modelismo. De uno de ellos sale el sonido de la radio, del otro, el de una sierra de calar. Un vecino sale y entra llevando piezas de madera que va cortando. Al rato, el otro aparece en la puerta preguntando por ciertos tornillos que le faltan. Y cuando nos damos cuenta, nos encontramos sumidos en la magia social que nace de las actividades, los intereses y los espacios compartidos.

¿Por qué no hay un lugar para todo eso en nuestras ciudades y edificios? ¿Y qué lugar sería ese?

Esa pregunta tendríamos que respondérnosla todos, arquitectos o no. Para mí, sería un lugar intermedio, un resquicio habitable entre lo privado de la vivienda y lo público de la calle. Un lugar donde pudiéramos sacar aquello que quisiéramos exhibir, o realizar las actividades en las que no nos importara ser observados y encontrarnos voluntariamente con otros… o no. Si lográramos salvar los primeros miedos y prejuicios que tenemos tras largos años de vecindad constreñida, parca y enrarecida, si pudiéramos salir del círculo vicioso de desconocimiento y recelo, si nos reeducáramos poco a poco en nuevas maneras de respetar y aprovechar lo colectivo…

… ¿qué podría pasar si parte del espacio de cada propietario estuviera en el espacio común, y tuviera derecho a personalizarlo y ocuparlo? ¿Si en cada acceso o planta hubiera espacio, ventilación, buena temperatura y luz? ¿Qué podría suceder si los ascensores fueran transparentes, y permitieran ver esos espacios comunes previos a cada vivienda? ¿Y si incluyeran pantallas, tablones de anuncios, o pequeñas bibliotecas? ¿O si tuvieran un control manual de velocidad, pudiendo pararse a cualquier altura y volver atrás? ¿Qué podría ocurrir si los trasteros-talleres dieran a esos espacios, o al patio común, o a la piscina?

A la vez, añadiendo una dimensión más contemporánea, podríamos hablar de la creación de otro lugar intermedio entre lo privado de nuestro ordenador o nuestro móvil, y lo público de Internet. Otra nueva clase de espacio compartido que funcionaría en paralelo —pero siempre en relación cercana— con el espacio físico y en el que, salvando incluso las actuales barreras arquitectónicas en las que nos hemos encerrado, el concepto de vecindad pudiera comenzar a revivir y florecer… Pero eso mejor lo dejamos para otro artículo.

 

Texto e ilustraciones por Jorge Toledo (@eldelacajita) para Ecosistema Urbano (@ecosistema). Publicado previamente en La Ciudad Viva (@ecosistema).

Os recomendamos pasaros por el post original para seguir el interesante debate desarrollado en los comentarios.

Comment: (1)

Proyecto “Memòries Emergents al Barri de Sant Fèlix”

Category: ⚐ ES+proyectos+urban social design

A continuación os dejamos un interesante texto remitido por Elisenda Surroca, Joanot Cortés, Sonia Camallonga y Sergi Yanes, del colectivo Transeünts (web en proceso), hablando de un fantástico proyecto desarrollado en paralelo con los talleres de USDE:

Imagen de la exposición

“Memorias Emergentes de Sant Félix”, surgió a raíz de varias conversaciones informales que mantuvimos con amigos que conocían de Girona desde hacía tiempo. Nos decían que nosotros -como nuevos vecinos- no podíamos ni imaginar lo que había sido la ciudad años atrás. En especial el barrio Sant Félix, considerado un lugar de perdición, plagado de bares, prostíbulos y pesadillas immorales.

No obstante, tal y como nos ha permitido conocer el proceso iniciado, ésta no era más que la proyección que el resto de la ciudad había formado sobre él. Para sus vecinos y vecinas, era un barrio lleno de vida, “el mejor barrio de Girona”, un lugar donde las puertas quedaban abiertas y existía una estrecha colaboración entre todos y todas. Hace unos años y a raíz del PERI (1983-2007), el barrio se ha convertido en una zona habilitada esencialmente para restaurantes elegantes y viviendas de alto standing, donde circulan hordas de turistas y donde a penas se encuentra una tienda de víveres.

Con la ayuda de los talleres de USDE, “Facilitar la ciudad colaborativa” y “Entorno digital y aprendizaje urbano”, comenzamos a trabajar sobre el proceso de cambio del barrio con mayor profundidad, con el objetivo de intervenir y hacer extensiva esta reflexión: ¿Qué cambios se habían dado? ¿De dónde procedían? ¿Cómo habían vivido los vecinos y vecinas estos procesos? ¿Qué percepción tenían? ¿Cómo la maquinaria económico-turística había intercedido en las transformaciones? ¿Cuántos vecinos de los antiguos seguían viviendo allí…?

La construcción de un escenario que pretende llegar a ser un atractivo turístico requiere mucho más que la mera transformación física del territorio y su paisaje urbano. Se deben superponer nuevos y sugerentes discursos en relación al patrimonio y la modernidad, capaces de sintetizar valores intangibles e identitarios que se consideran oportunos y rentables en un determinado lugar. Estos vienen legitimados por la “oficialidad” y menoscaban la validez de aquellos relatos que rescatan otro tipo de historias, las de la vida cotidiana, volátiles, dialectales, orales, escurridizas, fugaces, anónimas -y por qué no- irrepetibles.

Frente a la memoria oficial pues, este proyecto pretende contraponer la memoria no oficial, aquella que se presenta imprecisa, discontinua, aquella que vincula a las personas a los lugares y que construye relaciones e identidades abiertas entre los que la comparten.

¿Por qué configurar memorias colectivas?

Desde la Associació de Veïns i Comerciants del Barri de Sant Félix surgió la idea de organizar una muestra colaborativa sobre el barrio en la antigua carbonera, con la intención de generar un espacio donde las memorias de unos y otros pudieran encontrarse e interaccionar. Dado que muchos de los vecinos se habían marchado de Sant Félix, se consideró la posibilidad de realizar el encuentro durante las fiestas anuales del barrio, momento en el cual muchos de éstos venían de visita. ¡Fiesta!

Mantuvimos innumerables conversaciones con vecinos y vecinas antes del encuentro que permitieron establecer un primer vínculo de confianza con ellos y ellas. Enseguida vimos como las fotografías que retrataban el barrio años atrás y los retratos personales que guardaban en sus álbumes les resultaban perfectas herramientas para recordar y explicar sus experiencias, así como para compartirlas y hacer recordar a otros. Hicimos una serie de registros en vídeo de los protagonistas narrando sus experiencias, quienes también nos facilitaron varios documentos -textos, programas de fiestas, publicaciones del barrio- que fueron alimentando el contenido final de la muestra.

Un par de semanas antes de la exposición, se repartieron por los comercios del barrio diversas pizarras que invitaban a los vecinos a escribir aquello que les sugerían la imágenes que se habían situado en cada una de ellas.

Paralelamente, se habilitó la web: www.memoriesemergentsasantfelix.wordpress.com, con la intención de volcar todas estas experiencias a través de materiales resurgidos, y abrir así una nueva vía de colaboración, a otro nivel, en un plano digital.

Captura de la web

Con todo el material -documentos, pizarras, fotografias, vídeos-, se inauguró la muestra en La Carbonera (perteneciente ahora al Museu de Historia de Girona). Tratamos de presentar un montaje lo más evocador posible, de modo que invitara no sólo a la visita de curiosos, sino a la presencia y permanencia de los vecinos, los cuales tardaron poco en convertirla en su espontánea Casa del Barrio. La céntrica situación en la ciudad y el barrio la convirtió en una parada imprescindible en la ruta de los quehaceres cotidianos.

Imagen de la exposición

Muchos turistas entraban, pero pocos se quedaban. Echaban un vistazo y se iban, desubicados -a veces molestos- ante la ausencia de estímulos y simbologías propias de las rutas turísticas de la ciudad. Mientras, los vecinos y vecinas correteaban y conversaban, se enseñaban fotos, discutían hechos, parentescos y pasados desconocidos… Ellos fueron los guías que espontáneamente explicaron a los que había por allí lo que había sido Sant Felix a través de su propia historia.

Imagen de la exposición

Frente a La Carbonera, de vez en cuando, se escuchaba al tren turístico explicar por el altavoz otra historia distinta, la de una ciudad amable, histórica, en armonía con el mundo.

Una de las herramientas que propició uno de los resultados más satisfactorios -a parte del material fotográfico cedido por vecinos y vecinas- fué el “mapa de los sentidos”: un mapa del barrio donde se georreferenciaron recuerdos y sensaciones a través de los sentidos -gusto, olfato, tacto, oído, vista-. Así, emergieron casas de comidas, bares de tertulia, olores a petróleo y ganado, o sonidos inimaginables en la ciudad aséptica de hoy. En este mapa, los puentes que unen las dos partes de la ciudad se convirtieron en escenarios de besos, las escaleras de la catedral en interminables toboganes donde los niños se pelaban las rodillas, y las plazas y calles en territorio de juegos y disputas.

Las pizarras que se colocaron en los comercios (y luego en la muestra), estaban expuestas y abiertas a nuevos relatos y emociones. Las fotografías que se habían ido colgando en un inicio, fueron envueltas por nuevas aportaciones que los vecinos y vecinas hacían al desempolvar los cajones de casa. Otros trajeron poemas, libros, dibujos… hasta fotografías que reflejaban el paisaje humano de otros barrios.

Dibujo con los recuerdos del barrio

El ultimo día y para finalizar este primer encuentro, se invitó a todo el mundo a una “sentada a la fresca” en la puerta de La Carbonera, en un intento por rememorar aquellos espacios de relación perdidos que tenían como finalidad pasar revista a los sucesos diarios de la comunidad. En este caso sirvió, entre otras cosas, para valorar entre todos qué podrían hacer ahora con todos esos encuentros y recuerdos. La emoción de esta sentada permitió concluir con la convicción de que lo que había pasado estos días se tenía que compartir, entre otras cosas, para hacer un justo homenaje a los vecinos y vecinas, y desmontar así una historia que más que nunca era la de los vencedores, poniendo en relieve la estrecha relación entre la memoria y las experiencias vitales con la identidad y el patrimonio vivo del barrio.

Ahora, pasado el verano, se ha reanudado el proceso, que prevé juntar nuevos documentos y diseñar una estrategia para retornarlos al espacio público, intercediendo en la calle. Una de las propuestas que se contemplan es utilizar material audiovisual y fotográfico generado desde el punto de vista de los vecinos (una suerte de relatos emic), para que sirva como contenido de una serie de dispositivos (p.ej. códigos QR, fotografías, sonidos…) que irán situándose en las paredes del barrio, consiguiendo así lo que uno de los vecinos pensó y amenazó en voz alta: “¡Si las paredes hablaran…!

Será una forma de materializar un patrimonio inmaterial dispuesto en un universo que parece rechazar todo aquello que duda o cuestiona la actual Girona decente.

¡Seguiremos contando!

Sobre Transeünts

Transeünts es una asociación que nace con la decisión de poner en marcha procesos que, mediante la intervención de los ciudadanos, fomenten la creación y recuperación de nodos colaborativos que desenvoquen en reflexiones y acciones en torno a la memoria, la identidad y el espacio público.

Las prácticas del colectivo se desarrollan en torno la organización, fomento y proyección de actividades creativas orientadas a la dinamización social y la intervención sociocultural. Éstas, sitúan su plan de trabajo e investigación en el territorio, incidiendo en las diversas concepciones del espacio público, desde la interdisciplinariedad, la dialéctica, la producción cultural, la innovación social a través de entornos digitales o analógicos, y la activación de pedagogías colectivas de expansión.

Transeünts lo forman profesionales procedentes de la pedagogía social, la arquitectura, las audiovisuales, la antropología y las artes escénicas.