La reciente eclosión de la crisis financiera mundial y su reproducción en otras escalas y sectores despertó en muchos la esperanza de un giro progresista que, operando en distintos niveles, de lo local a lo global, y afectando a un amplio abanico de políticas, tuviera como denominador común la recuperación del lugar central de la planificación en los regímenes de gobierno contemporáneos. Los procesos de reestructuración neoliberal desencadenados por la crisis de los 70 iniciaron un paulatino recorte de los modelos de bienestar consolidados durante las décadas precedentes; en dicha dinámica la planificación ha sido puesta en tela de juicio y, con frecuencia, se ha visto relegada a un segundo plano en la programación política, con resultados nefastos. Al calor de la reciente quiebra de ese modelo desregulador y figurando un desplazamiento simétrico, las voces críticas han imaginado una recomposición del viejo lugar social de la planificación bajo un estatuto renovado.
Sin embargo y hasta la fecha los acontecimientos parecen seguir un curso bien distinto. Las políticas puestas en juego se encargan de recordar tozudamente el viejo aserto regulacionista: que las crisis no son más que mecanismos de reequilibrio del sistema capitalista una vez agotada una determinada etapa, una vez llevada al extremo la proliferación de agentes y nichos de acumulación prefigurada en la misma. Lejos de preparar el terreno para el regreso del ethos social de los modelos de bienestar, la crisis parece alentar la imposición de programas más estrictos y estrategias de reestructuración más severas a los ya exangües agentes públicos. continue reading