Según se pregunte a un tendero o a otro el vaso esta medio lleno o medio vacío. El Mercado de Antón Martín en la calle Atocha, en el centro histórico de Madrid, no parece muy vivo un miércoles por la tarde, al final de la jornada. Aunque hay puestos cerrados, la mayoría están “habitados” por una mezcla que hasta hace poco sería extraña: puestos de artículos de primera necesidad como fruta, pescado, o carnes de distinto tipo se alternan con otros que ofrecen sushi, bombones y delicatessen, o fanzines con magdalenas caseras de chocolate. “Muffins”, reza el cartel de dígitos giratorios heredado de la frutería de Doña Carmen que antecedió a la editorial-bar. A medio camino, los puestos “bio” que ofrecen un poco de todo.
El proceso se inició a raíz de Mercado Abierto, un proceso de diagnóstico participativo impulsado por el equipo de arquitectos VIC (Vivero de Iniciativas Ciudadanas), vecinos del mercado, en el que se definieron retos y estrategias para hacer más viable el mercado y revitalizarlo en términos de comerciantes y público.
Pese a la aparente reactivación y el aumento en el número de puestos, los vendedores con más tiempo en el Mercado se muestran pesimistas. Añoran el renacimiento que experimentó el barrio en general hace diez o quince años cuando la población inmigrante comenzó a asentarse en la zona. Lo mismo ha ocurrido con otros mercados municipales que se han convertido en una referencia en Madrid: el Mercado de los Mostenses, sepultado tras la pantalla de edificios de la Gran Vía o el enorme Mercado de Maravillas en el mestizo barrio de Cuatro Caminos. Docenas de puestos se han abierto para vender productos especializados o comunes a los nuevos vecinos.
En el Mercado de San Fernando el espíritu es más positivo. Se partió de una situación peor, con la mayoría de los puestos cerrados. La iniciativa no ha venido de una administración local con poca imaginación y menos recursos, sino desde los actores del barrio. Un caso bottom-up ejemplar de reactivación del tejido comercial. En ambos casos gerentes, redes sociales y gente con ganas de iniciar un negocio se pusieron de acuerdo en que sólo cabía reinventarse. Los alquileres se redujeron y el Ayuntamiento transigió en cambiar los reglamentos desfasados que abocan a los mercados a una agonía segura.
La desocupación de los espacios comerciales en muchos barrios lleva a una cierta desaparición de la actividad social en los espacios públicos, como hemos mencionado antes en otros posts. En el caso que nos ocupa, además de revitalizar este aspecto de la vida de barrio, la reactivación de los mercados brinda nuevas oportunidades de actividad económica a gente que opta por reinventar su actividad profesional desarrollando nuevos negocios, productos y lo que es mas importante nuevas formas de organización comunitaria. La clave reside además en la articulación de intereses entre los comerciantes tradicionales y los nuevos comerciantes y su nueva oferta al barrio. Aun así la sostenibilidad de los mercados revitalizados no sólo depende de la capacidad innovadora de los comerciantes, sino también, como en todo negocio, de que disfrute del apoyo de la clientela, en este caso de su compromiso con un proyecto que ofrece productos diferenciados y que compite con las cadenas de supermercados de barrio que son los grandes beneficiarios de la crisis ante el colapso del modelo de gran superficie. Para muchos de los nuevos comerciantes que se han instalado en esto dos mercados del barrio de Embajadores, su proyecto tiene un espíritu transformador y que persigue una mayor cohesión social en el barrio, mediante el refuerzo de los lazos comunitarios y la solidaridad. Esta aspiración se encuentra tanto en los procesos de economía social que se están implantando como en las mercancías y productos vendidos, que incorporan conceptos como el reciclaje, el carácter orgánico, la dimensión creativa o la filosofía procomún.
Como conclusión abierta a la reflexión me parece oportuno plantear la dimensión social y material del espacio virtual. Viejos espacios degradados se reactivan y reinventan (partes de) la ciudad al margen de los grandes actores privados –con ánimo de lucro– que protagonizan la gestión del suelo y el espacio público en nuestras ciudades. Las políticas de desarrollo económico local son inexistentes en las políticas urbanas madrileñas, y en general escasas en otras ciudades, frente al enorme peso que cobran en el Reino Unido o en Francia.
De cara a la ciudad como organismo complejo estas nuevas formas de revitalización pueden ser laboratorios para el desarrollo aproximaciones innovadoras a la economía y el desarrollo local desde abajo. Los proyectos mencionados en este artículo se pueden englobar en el concepto de sentient city (ciudad sensible) que Domenico Di Siena define así:
La Ciudad del Conocimiento es una Ciudad Sensible que potencia la comunicación entre ciudadanos, promueve los procesos de Inteligencia Colectiva y el respeto del procomún. Entiende los ciudadanos como protagonistas de los procesos que generan la identidad local.
Este artículo es la segunda parte de Mercados municipales: tejido local y sostenible I