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Un lugar llamado Sol

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Foto: Proclamación de la II República en la Puerta del Sol de Madrid | Fuente: cabeceras.eldiariomontanes.es
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A continuación compartimos un texto de Andrés Walliser (@andreswalliser), consultor del curso “Regeneración Sostenible de Centros Urbanos” para Urban Social Design Experience.
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Al desembocar en la Puerta del Sol el desafío y la juerga que habíamos ido acumulando desde Callao por Preciados se congeló por un momento. El Real Madrid acababa de ganar algo con forma de copa que se agitaba desde el balcón de la Casa de Correos. A sus pies y ocupando media plaza, había una muy nutrida representación de hichas del equipo que por algún motivo se volvieron todos a la vez cuando vieron irrumpir con desparpajo la poco abultada Marcha del Orgullo Gay. La convergencia de ambos grupos en aquel espacio público no fue acertada. Los hinchas del Madrid que allí se reunían increpaban a los hombres y mujeres que se besaban y agitaban sus aun exóticas banderas multicolores. Algunos, los mas intrépidos, empezaron a tirar cosas al grupito cada vez mas pequeño y compacto, mientras les irradiaban su abrumadora razón desde sus bracitos en alto, algunos con la ninguneada bandera a modo de galana capa anudada como babero dorsal. Era el año 1992 y la Puerta del Sol, era un espacio público donde acababan muchas manifestaciones, protestas y celebraciones, e incluso cañadas reales. Todas estas, que incluían unos de mayo, protestas estudiantiles, nocheviejas, y otros eventos, convertían a la Puerta de Sol en un lugar por un rato, lo que durara el acto, la manifestación o lo que tardará en llegar la gente que la seguía. La acción social que definía esa transición de espacio a lugar se articulaba sobre los parámetros de un mensaje específico, una celebración, un aniversario o simplemente un rito de paso ancestral devenido en ingesta compulsiva de uvas y cavas entre matasuegras. Apropiaciones puntuales, con fines diversos. Ese espacio público que es Sol ha sido mas un medio que un fin en si mismo.

Años después tuve la suerte de vivir en la misma Puerta del Sol. Desde ahí pude presenciar varios de estos episodios en que el espacio público deviene en lugar temporal. La manifestación de repulsa por la muerte de Francisco Tomás y Valiente fue la primera que vi de esas dimensiones desde mi atalaya en el número 5. La gente llegaba después de subir por Alcalá hasta Sol y eran dirigidos fuera de la plaza para permitir la llegada de los que venían detrás. Sol era la meta en un día de duelo y estupor. Años después en 2003 cuando quise llegar a Sol para estar en el lugar que de alguna manera simbolizaba el alcance de una protesta –una guerra no deseada- simplemente no pude hacerlo por que decenas de miles me antecedían y esperaban. Esta vez la causa no era un hecho fatal ya acontecido, sino que era el clamor contra algo que estaba pasando y que se quería detener con todas las fuerzas de los que colapsamos buena parte del recorrido de la manifestación. Sol recobraba un papel central como espacio, un lugar de denuncia simbólico. Algo que si me recordaba a las fotos de Sol en el año 31 con los madrileños celebrando la II República. Mi abuela, adolescente, se puso su mejor sombrero y se bajo a lucirlo entre la gente esperanzada y feliz.

Lefevre apunta que el espacio que ocupamos y en el que vivimos es producido por los procesos sociales y las prácticas. El autor francés se refería a la forma en que el espacio urbano es construido y definido. A menudo el espacio urbano, incluido el espacio público, es el resultado de las condiciones socioculturales y de racionalidades político económicas que dejan estrechos márgenes a la espontaneidad de estos procesos y prácticas. El espacio público en nuestras ciudades, y particularmente aquellos espacios que se imbrican, a veces con esfuerzo, en los centros urbanos, se ha ido convirtiendo en escaparate, en lugar necesario pero de paso. El carácter estancial, con todo lo que aporta a la ciudad desde la Polis griega, ha ido deviniendo mutilado, en un afán por el control social, ribeteado de brotes estéticos en forma de plazas duras, mobiliario urbano escaso y a menudo a prueba de cualquier atisbo de estar. Son espacios fáciles de vigilar y limpiar e incomodos de usar y para estar.

Sol ha ido creciendo así. Desde las fotos de una plaza surcada por escasos coches y algún tranvía de mulas trajinando entre peatones navegando en todas direcciones, pasando por la de mi infancia con coches y unas fuentes de una piedra porosa que se me antojaba imposible por su apariencia esponjosa, Sol ha sido conformada con un gran espacio peatonal, los vehículos gradualmente arrinconados hasta un lugar casi simbólico. Pero ese espacio que se gestó a finales de los 80 nunca tuvo la vocación de lugar para estar, ver, conocer, intercambiar y por que no, reflexionar.

Cuando a mediados de los 90 miraba desde mi casa durante horas la actividad en la plaza, solo veía gente que pasaba, que andaba con el paso mas apretado o mas calmo según fueran visitantes o madrileños en su rutinario corre-corre. El mobiliario de la plaza cada vez mas exiguo se había ido reduciendo a unos inmensos maceteros con arbolillos a prueba de todo y el cerco de granito de una gran fuente circular casi siempre apagada. Pocos se aventuraban a estar en Sol, a lugarizarlo en lugar usarlo como simple lugar de tránsito con otros destinos. Me admiraba como los chaperos, jóvenes rumanos o marroquíes en su mayoría, se las ingeniaban para pasar las horas de su suerte apoyándose de la manera menos incómoda en maceteros, cabinas, aun abundantes, quioscos y alguna moto a la espera del cliente que salía de la oficina o iba a emprender su conquista mercenaria a la hora de su conveniencia. Junto a ellos un puñado de heroicos mayores, casi todos hombres competía en bravura con los adonis de alquiler. Un día apareció un cerco de recios pinchos de hierro el borde de la fuente y ya no hubo como estar. Algunos valientes acercaban cartones o tablas para conjurar la laceración de sus carnes, pero el mínimo confort de unos y otros era inalcanzable. La dimensión estancial de Sol era una prueba dura e insostenible. Sol había de ser desde entonces un lugar de paso. Para muchos un sitio ineludible, especialmente desde que Madrid empezó a figurar en los mapas globales del turismo local y global. Su carácter de lugar, aun de manera efímera se concentraba en momentos muy específicos y a menudo sólo como una referencia espacial en un acto movilizador.

Durante las navidades, Sol es un lugar de referencia para los visitantes que llenan el centro de Madrid hasta saturar las bocas de metro. La identificación del espacio público con la construcción de una imagen de la navidad, en caída libre desde hace años hacia la mercantilización sin cuartel, trae apropiaciones periódicas de este espacio, incluso en los días treinta de diciembre durante el ensayo de las campanadas. Es la ciudad como “liquido amniótico” que revela Careri, o su citado Louis Aragón en Le Paysan de Paris, donde se describe el estupor del habitante periférico al explorar la intrincada urbe. Los espacios públicos como Sol, Times Square o Picadilly son referentes míticos de la ciudad para los visitantes y como tales, el poder desde las políticas urbanas contribuye a su configuración. Las plazas devienen en escaparates vacíos o con gente de paso. En esta lógica consumir se puede consumir este espacio pero no ponerlo en uso fuera del programa establecido.

Foto: MOVIMIENTO 15M – PUERTA DEL SOL por José-María Moreno García (Flickr)
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La dimensión de lugar que adquiere un espacio público viene definido por la apropiación, en nuestro caso más como resultado de las prácticas que de procesos sociales stricto sensu. Muchas ciudades españolas están siendo testigos, no obstante, de ambos elementos. El espacio urbano, no necesariamente el definido como espacio público formal, esta siendo transformado en espacio apropiado, lugarizado como fruto, no solo de prácticas sino de procesos diversos y de mayor o menor complejidad. La okupación de edificios y viviendas para transformarlos en lugares públicos –los centros sociales okupados-, la apropiación de solares en deshuso, o las acciones puntuales sobre espacios públicos formales (plazas, calles) aportan una nueva sabia a la ciudad desde la aparición de nuevos activismos urbanos o la reactivación de algunos de los existentes. Las nuevas tecnologías aportan una increíble capacidad de comunicación y de generación de redes tan complejas como efímeras que dan lugar a resultados muchas veces inesperados por los propios convocantes. Cada vez es mas fácil movilizar y dar visibilidad a causas que muchas veces están mas en nuestras cabezas que en el run run devaluado de los medios de comunicación de masas. La tecnología y su capacidad de penetración capilar ha llevado a los nuevos activismos urbanos a conformarse mas allá de sus ancestros tradicionales –sindicatos, partidos, asociaciones de vecinos o de otro tipo- en puntos de encuentro mucho mas horizontales donde toman parte, algunos militando, otros colaborando, gente de condición y origen diverso, a veces sin un objetivo claramente definido pero con un potencial infinito para hacerlo, vía acción, vía interacción o vía reflexión. Es el nexo entre la sociedad de individualismos exacerbados, que enterraron las ideologías, y la acción colectiva que produce perfiles múltiples, imposibles de categorizar, pero que pueden desarrollar e intercambiar información afín, construir escenarios de ideas y diálogo, y en definitiva movilizar conciencias y ciudadanos.

Foto: AcampadaSol-33 por Luis (Flickr)
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El movimiento 15 M ha consolidado el poder y la capacidad de los nuevos activismos urbanos para ir mas allá. Nos ha aportado sorpresa, admiración y desconcierto a partes iguales; y para muchos un espacio de reflexión real al margen del hueco formal entre campaña y elecciones. El ubicarse en Sol como lugar de encuentro y generación del movimiento obedece a la idea de transformar en lugar un espacio a través de un proceso espontáneo y de destino incierto en sus orígenes. Sol se ha convertido en referente mítico y real de una escuela de democracia y movilización en su mejor forma posible. Para muchos de los participantes, de los visitantes y hasta de los testigos mas pasivos, Sol es en si mismo una referencia simbólica única y, hasta hoy, con el componente catártico de una revolución, eso si en su expresión mas modesta. El espacio y su carácter de lugar se identifican con su contenido y con el movimiento, y hasta cierto punto que el origen del simbolismo que la plaza siempre ha tenido.
La Puerta del Sol vuelve a ser nuestro kilómetro cero.
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Texto por Andrés Walliser (@andreswalliser), consultor del curso “Regeneración Sostenible de Centros Urbanos” para Urban Social Design Experience.

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