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Ciudades, procomún y narraciones colectivas

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Bernardo Gutiérrez dirige la red internacional de innovación Futura Media, con sede en la ciudad brasileña de São Paulo. Futura Media busca puentes entre las redes sociales y el territorio. Incentiva la innovación multiplataforma, el diseño abierto y las nuevas narrativas. Twitter: @bernarsosampa y @futura_media

 

Fotos originales: Yersinia, Andrew Mason y Brisbane City Council en Flickr

Entre julio y noviembre de 2009, los estadounidenses Joshua Glenn y Rob Walker llevaron a cabo el proyecto Significant objects. El objetivo: probar que un objeto con una historia vale más que un objeto sin ella. Para el experimento invitaron a cien reconocidos escritores, Whitehead, Jonathan Lethem o Bruce Sterling entre ellos. Cada uno debía inventar una historia para un objeto viejo comprado en el portal eBay. El resultado fue contundente: las baratijas compradas en eBay por un total de 128,74 dólares fueron vendidas por un 3.612,51 dólares. El valor añadido de las historias fue donado posteriormente a causas sociales. ¿Cuánto cuestan unas mini botas de metal? 3 dólares. ¿Cuánto valen las botas si pertenecieron a unos soldados aventureros de Sicilia que se embarcaron en la Guerra Civil de Estados Unidos (historia inventada por Bruce Sterling)? 86 dólares. La narración de la epopeya, la emoción generada, cuestan 83 dólares.

Los significant objects de Rob Walker no sólo marcaron un punto de inflexión entre historias y objetos. Ampliando el ángulo, remezclando imaginarios, me atrevo a decir que los objetos+narraciones son una verdadera bomba para las ciudades del siglo XXI. Marcel Duchamp revolucionó las artes plásticas atribuyendo valor a objetos cotidianos (objects trouvés). De la misma manera, la tecnología móvil smart phones, realidad aumentada, códigos QR va a dinamitar los objetos compartidos con nuevas capas de subjetividades. Un objeto que acumule varios niveles de información adquiere un nuevo valor. Y esa nueva realidad aumentada y compartida cuya única herramienta es un teléfono móvil, un código y un lector de códigos puede modificar las relaciones humanas,  el espacio público y el eje  pasado-futuro de las ciudades.

Precisamente fue Bruce Sterling, una de las voces más aclamadas de la ciencia ficción, quién entrevió este nuevo universo de objetos-con-historias. Bruce, en Shaping things,  hablaba de spimes, “objetos sociales con historias escondidas”, “objetos localizados en el espacio y el tiempo, siempre asociados a una historia”.  Hoy en día no hace falta tener imaginación ni vocación visionaria para convivir con estos spimes. Si colocamos nuestra historia sobre cualquier objeto gracias a Stickybits, estamos creando “objetos sociales con historias escondidas”. Pero me gusta más hablar del proyecto británico Tales of  things, “las historias de las cosas”. Primero, porque el objetivo del mismo no es comercial. El valor añadido, la historia que cada individuo aporta, es personal.  Segundo, porque introduce el espacio urbano en el juego narrativo. Cualquier persona puede colocar un código en la Collingwood Tower de Melbourne, por ejemplo, y contar una historia sobre ella. Cualquiera pueda escanear el código y añadir otra historia.  La torre pasa a ser un bien común, una narración colectiva.

 

QR code - foto por id-iom en flickr

 

Calles = objetos compartidos. Y ahora llega la vuelta de tuerca Objetos-Ciudades. ¿Por qué no consideramos una calle, una plaza o una avenida como un objeto, como un spime de historias compartidas y escondidas? En un momento en el que algunas instituciones o marcas apenas hablan de una Internet de las cosas de objetos conectados con sensores, de datos controlados verticalmente, las Historias de las cosas cocinadas conjuntamente pueden jugar un papel vital. De nuevo, la tecnología necesaria es asustadoramente básica. Podemos abrir una entrada en la Wikipedia para un rincón / calle / parque de una ciudad. Después, creamos un código QR para dicha entrada con la herramienta gratuita QR Pedia. Una vez colocado en el espacio físico serán los ciudadanos los que creen una narración colectiva (suma de narraciones individuales) sobre dicho lugar. Parece inevitable: las instituciones o marcas tendrán cada vez más difícil imponer narrativas sobre lugares concretos. La voz ciudadana se va a elevar. Y la ciudades, bosques o islas se irán transformando colectivamente gracias a un procomún de historias.

¿La narrativa de la calle Serrano de Madrid será siempre sinónimo de consumo de lujo? ¿O un nuevo enjambre conectado rescatará el pasado intelectual de Serrano, la herencia de la Residencia de Estudiantes, y recordará la creación sin ataduras de Buñuel, Lorca o Dalí? ¿Conseguirá el Ayuntamiento de BCN anular la marca 15M, sus narraciones colectivas, colocando pistas de hielo comerciales sobre la Plaça de Catalunya? De momento, la aplicación móvil Layar ofrece la posibilidad de averiguar qué objetos / calles a nuestro alrededor tienen una entrada en Wikipedia. Editar la entrada / calle está a pocos clics de distancia. Participar en una wikinarración que nos sobrepasa será apenas una cuestión de voluntad. Las narraciones colectivas no sólo van a corregir el pasado mitificado, exagerado o directamente manipulado del espacio público. Van a modelar el presente y, con ello, van a sugerir futuribles.

Y aquí llegamos a otro detalle crucial: las narraciones están adoptando formatos híbridos, mutantes, imprevisibles. Un mapa elaborado colaborativamente con la herramienta WhatIf de Ecosistema Urbano es una narración colectiva. Una serie de tweets alrededor de un hashtag es un relato colectivo. El sonido de una plaza (voces, gritos, música), grabado y subido a la red, puede ser un tipo de relato. El proyecto HistoryPin, que yuxtapone en google maps fotos antiguas y recientes vinculando personas del presente gracias al pasado, es una narración colectiva. Y basta colocar un código escaneable muy pronto ni si quiera hará falta código en el espacio físico que nos traslade a un sitio de Internet para completar el círculo de los relatos del procomún.

 

QR en árbol - imagen por William Angel en Flickr

 

Nuevos totems. En 1939, Alfred Hitchcock acuñó un término, MacGuffin, aparentemente irrelevante. Un MacGuffin es algo, normalmente un objeto, que sirve para mantener la narración cinematográfica viva. Un objeto que conduce, que cataliza, que cautiva. La estatua de El halcón maltés (John Huston) o la botella de uranio de Encadenados (Hitchcock) eran MacGuffins. En el año 2008 el inclasificable artista Noam Toran dio un paso al frente: creó una Biblioteca de MacGuffins. Pero una biblioteca de objetos reales. Objetos donde convivían, según el propio autor “historias de Borges y Carver,  mitos urbanos, historias alternativas”. Realidad  ficción. Objetos subjetivos. Valor añadido-inventado. La realidad, como solía decir el escritor mexicano Carlos Fuentes, es “lo real y lo imaginario”. Y los imaginarios se construyen con hechos y sueños, con ladrillos y metáforas. La Puerta del Sol de Madrid, muy a pesar de muchas instituciones, puede ser una fusión del cuento El vago de Pío Baroja, de aquel metafísico holgazán que se apoyaba en una farola, y la foto El beso, que dio la vuelta al mundo durante el 15M. Y esa nueva narrativa-imaginario de la Puerta del Sol – como tantas otras creadas desde el 15M – es casi indestructible.

Por todo ello, creo que la tecnología (internet 3G, teléfonos inteligentes, códigos QR) abre la puerta a una nueva era de narraciones colectivas sobre los espacios físicos. A una nueva era de wikiciudades construidas sobre relatos. Ciudades en las que los ciudadanos transformarán algunos objetos en MacGuffins clave de un relato mayor. Cualquier esquina puede convertirse en un nuevo tótem. Cualquier farola puede ser un símbolo, una señal, un anticipo del futuro soñado.

Y las narraciones serán las articulaciones básicas para esa ciudad relacional de “lugares y redes” de la que habla el antropólogo Michel Agier. Las historias compartidas, en la ciudad fragmentada, deterritorializada, pueden ser una argamasa tan sólida como las relaciones de parentesco. Pueden acabar incluso sustituyéndolas. Las historias son aquellos hilos que los habitantes de Ersilia, una ciudad invisible inventada por Italo Calvino, colocaban entre las casas de la urbe. Los hilos eran blancos o negros o grises o blanquinegros dependiendo de las relaciones de parentesco, intercambio, autoridad o representación. Cuando los hilos eran tantos que ya no se podía pasar por en medio, contaba Calvino, los habitantes se marchaban: las casas se desmontaban. Apenas quedaban los hilos. Y luego construían en otro lugar una nueva ciudad imitando la telaraña de relaciones.

 

Las historias colectivas son los nuevos hilos. Las lianas compartidas que quiebran muros, fronteras invisibles, segregaciones étnicas. Da igual el color que tengan estas viejas-nuevas historias, porque son narraciones colectivas, compartidas. Pero en lugar de molestar los tránsitos, las narraciones-hilos conforman el esqueleto, la columna vertebral, las extremidades y el corazón de las ciudades del procomún. Por eso es importante construir relatos como sugiere el colectivo de escritores italiano Wu Ming como si fueran espacios para ser habitados. Por eso hay que construir calles o plazas como si fueran narraciones colectivas, como si fueran párrafos insustituibles de un imaginario superior que da sentido a la nada.

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Me recuerda a una exposición de arte contemporaneo en Beijing donde contacté con un conocido galerista madrileño. Le llevé a otro stand, de un galersita de New York, para que me diera una idea del precio que podrían tener los cuadros del newyorkino. Estuvo mirando los cuadros y le pregunté, ¿cuánto dirías que valen? Me dijo que no tenía ni idea. Volví a insistir para que me por lo menos me diera un rango: 1.000, 10.000, 100.000 o 1 millón y me dijo que no podía. Que necesitaba saber el “halo” del cuadro: su historia, en qué museos había estado, la historia del artista y en qué circunstancias se había pintado, sin esa información el cuadro no vale mas que el tiempo y la pintura que ha gastado el autor…

El segundo punto es el concepto de valor. El valor no se encuentra en los objetos, sino en los ojos del que los mira.

Gran post!

[…] Artigo escrito por Bernardo Gutiérrez (@bernardosampa), CEO e Founder de Futura Media, para o estúdio Ecosistema Urbano.  […]

[…] virtuales transformen la urbe en la ciudad del aprendizaje. Entiende cada calle como una narración colectiva. Cada barrio como un proceso emergente. No compitas para ser la Bienal con más obras artísticas: […]

[…] lo físico y lo digital, un tema que nos interesa mucho en Ecosistema Urbano y que nos lleva desde el espacio público hasta el mundo de las publicaciones, como en este […]

[…] virtuales transformen la urbe en la ciudad del aprendizaje. Entiende cada calle como una narración colectiva. Cada barrio como un proceso emergente. No compitas para ser la Bienal con más obras artísticas: […]

[…] unos días, me preguntaba en el artículo “Ciudades, procomún y narrativas colectivas” cómo el pasado puede estar relacionado con el futuro a través de las comunidades del presente. En […]

[…] virtuales transformen la urbe en la ciudad del aprendizaje. Entiende cada calle como una narración colectiva. Cada barrio como un proceso emergente. No compitas para ser la Bienal con más obras artísticas: […]

[…] unos días, me preguntaba en el artículo Ciudades, procomún y narraciones colectivas sobre cómo el pasado y el futuro se podrían relacionar en los espacios urbanos a través de las […]

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