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La democracia y la información en la ciudad

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Como seres humanos tendemos a darle un significado a todo. No solo a lo que hacemos, sino también a lo que vemos, a lo que tocamos, a lo que olemos… Algunos lugares en las ciudades los entendemos como lugares de recreo, otros lugares como de trabajo, otros son lugares peligrosos o divertidos, pero si hay algo que es la ciudad en sí, toda ella, es un lugar de intercambio: intercambio de bienes, de servicios, pero sobretodo de información. Ahora me voy a centrar en esta última característica de la ciudad entendiendola como soporte de este intercambio.

Podemos hacer una clasificación muy simple para entender como se dan los intercambios de información en la ciudad, específicamente en el ámbito de la publicidad que es lo que más abunda hoy en día. Por una parte está la información profesional e industrialmente producida, oficial y legal y por otra parte está la información producida, digamos artesanalmente, personal, no oficial e ilegal sobretodo por la forma y lugar que ocupa. Sin embargo la diferencia más importante entre ambos tipos de información no es ninguna de estas, lo más importante es la simplicidad o complejidad en la forma de producción y distribución y por lo tanto la democratización del intercambio informativo.

Esta simple clasificación nos permite ver desde otra perspectiva varias cuestiones: 1) la información legal, en forma de vallas, pancartas, paneles, marquesinas, señales de tránsito etc; 2) la información ilegal en forma de graffitis, pintadas, carteles pegados en las farolas, en las paradas de autobús, etc. y 3) la cuestión de la democracia en la ciudad.

El problema se ve cuando pensamos en quien controla la información que se transmite utilizando a la ciudad como soporte y sobretodo cuando pensamos porque se criminaliza y se sanciona solo a algunos de los productores de información: los no profesionales y no oficiales.

La información producida artesanalmente se puede ver de cierta forma como democrática. En la práctica en una ciudad, casi cualquier persona dispone de las herramientas y los conocimientos suficientes como para producir información y colocarla en un soporte visible en la ciudad, es decir, todos podemos ser productores y consumidores de este tipo de información. Este es un ejemplo.

El soporte está, aún, al alcance de todos, las herramientas, los conocimientos y las técnicas también y la aparición de un mensaje más, así producido no amenaza con el monopolio del espacio porque cualquiera puede simplemente pintar encima.

La información que se produce de forma profesional, industrial y oficial es radicalmente diferente. Esta información no la produce cualquiera (la mayoría es relegada al papel de simple consumidor), en muchos casos para poder concebir el mensaje hay que ser  cuando menos diplomado o licenciado, además, el color, la forma, el tamaño y las propias palabras se deciden a veces en grupos de publicistas, que han hecho antes estudios sobre los cuales basar sus decisiones. La producción física del mensaje, es decir, la impresión, la instalación (y desinstalación en su caso) y la reproducción en el caso de que se instale más de un mensaje idéntico, depende de otros profesionales institucionalizados, que además tienen que tener el permiso expreso de una institución estatal que regula el uso del espacio público y por lo tanto las características de la información que se puede poner sobre el soporte “ciudad”. Además de esto algunos miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado protegen este tipo de información publicitaria, no solo para que no sea atacada directamente, sino para que no sufra la competencia “desleal” de su antítesis artesanal. Si se pudiera calcular el coste de producir cada palabra para este caso y para el anterior nos veríamos en la necesidad de reconocer que la gestión de la ciudad como soporte para el intercambio de información no es democrática sino plutocrática.

Los carteles de los negocios, las señales de tráfico, los semáforos, los pasos de peatonales, las vallas publicitarias, las fachadas pintadas, los carteles luminosos, no solo son legales sino que están protegidos y representan a una parte de la población ciertamente mínima celosa de sus privilegios y que utiliza a la ciudad como soporte de su mensaje, mientras que los graffitis, las pintadas, los carteles hechos a mano o a ordenador ofreciendo clases de baile o de guitarra, buscando piso o compañer@ de piso, anunciando el amor, amenazando o criticando políticos o políticas no solo no están protegidos sino que están perseguidos, no porque ensucien y sean caros de limpiar o se vean mal (todo esto lo podríamos discutir) sino porque son ingobernables y amenazan el monopolio de la transmisión de información legal y oficial.

Sao Paulo retiró toda publicidad privada de sus calles en 2007 y la ciudad se transformó de repente, no conozco el caso en profundidad, pero supongo que la publicidad de titularidad pública se mantiene y tampoco estoy seguro de que se ha hecho con la publicidad “artesanal” (los graffitis especialmente), seguramente se seguirán persiguiendo, porque el objetivo de esta ley (Lei Cidade Limpa) es la limpieza, la lucha contra la contaminación, y no la democratización en la producción y distribución de la información en la ciudad. Desde luego el problema de la desigualdad y la información no se soluciona con el monopolio del estado, de esto hemos visto ya varios ejemplos en los sistemas autoritarios comunistas, sobretodo porque el problema no reside en quién tiene la titularidad de la cosa, sino en la forma en la que se produce.

Escrito por: Anníbal Hernández

Anníbal Hernández es Diplomado en Gestión y Administración Pública en la Universidad Carlos III de Madrid y Licenciado en Antropología Social y Cultural en la Universidad Autonoma de Madrid, interesado especialmente en temas de desarrollo, decrecimiento, urbanismo, participación y transformación social.

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