Sé de primera mano lo que es tener coche propio. Durante años fui dueño de un muy querido Seat Ibiza que me llevó fielmente —y también me dejó tirado— en las situaciones más variadas, desde compras casuales hasta mudanzas, desde cortos recorridos de casa al trabajo hasta improvisados surf trips de miles de kilómetros… todo ello pidiendo a cambio solamente un poco de gasolina por kilómetro. Y bueno, a veces, algo de aceite. Y agua. O dinero para el seguro. O un par de ruedas nuevas. Pensándolo mejor, bastante gasolina. Y una buena —y efímera— limpieza. O un retoque de chapa y un faro de repuesto. Y algo más de dinero para el seguro. Y luego el impuesto de turno, y… todo eso junto comenzó a resultarme menos idílico de lo que imaginaba que sería.
Mi salvación, especialmente con mi limitada economía de estudiante, fue compartir coche. Eso también sé lo que es. Sé lo que es tener la mitad de gastos, la mitad de viajes al taller, la mitad de gestiones y casi las mismas preocupaciones. La mitad de orgullo de propietario, y la mitad de tiempo y de flexibilidad para usarlo. Compartiendo coche, he visto cómo se deterioraba la chapa al doble de mi propia capacidad para rayarla. He notado cómo las marchas iban entrando de forma diferente con el tiempo. He bajado al garaje, llave en mano y mochila a la espalda, para encontrarme un enorme espacio vacío donde debería haber un coche azul.
Con el tiempo, beneficios y cargas se fueron equilibrando y lo que empezó como un romance se convirtió en un matrimonio por conveniencia… y cada vez menos conveniente. Me volví despiadadamente práctico. Con casi todas mis necesidades de movilidad cubiertas por mi frugal bicicleta y otros medios de transporte, comencé a soñar con otros coches para cubrir algunas ocasiones excepcionales, pero todos me iban a suponer lo mismo. ¿El los albores del siglo XXI, no había ninguna solución mejor?
Spoiler: resultó que sí la había. Una solución que me permitiría disfrutar de lo mejor de ambos escenarios —coche propio y compartido— sin sus inconvenientes. La reconocí en cuanto oí hablar del carsharing.
Car… ¿qué?
El concepto de carsharing —”compartir coche” en inglés— es sencillo: la idea consiste en poner una flota de coches, distribuida por la ciudad, a disposición de una comunidad de usuarios, que pueden usarlos en un régimen de alquiler asequible y muy flexible. Esta flota puede ser mantenida y gestionada directamente entre personas —P2P carsharing—, puede ser de propiedad y gestión comunitaria —co-op carsharing— o pertenecer a una empresa —B2C carsharing—, siendo este último el modelo más extendido y hasta ahora el único presente en Madrid. En él, la empresa se encarga de la adquisición y renovación de vehículos, del mantenimiento, de los seguros, del aparcamiento, de las reparaciones, de la gasolina, de garantizar la disponibilidad, etc. —es decir, de todos los problemas que supone tener un coche propio— y el usuario sólo tiene que acceder al sistema, reservar un vehículo del tipo que más le convenga y usarlo por el tiempo que lo necesite, sabiendo que el importe correspondiente a ese tiempo de uso se le cargará automáticamente en su cuenta, sin más trámites.
Esto, combinado con el uso regular de la bicicleta y el uso esporádico del transporte público urbano y otros medios —incluido el coche de alquiler tradicional— para larga distancia, en mi caso me ha permitido olvidarme indefinidamente del coche en propiedad. Cada vez que necesito un coche, puedo usar el que quiera —pequeño, familiar, de carga o eléctrico— y además encontrarlo siempre limpio, nuevo y a pocas calles de mi casa.
En el siguiente vídeo se cuenta detalladamente, casi a nivel de manual de instrucciones, cómo es el proceso de alta y el uso rutinario de uno de estos servicios:
Las diferencias con un coche en propiedad son inmediatas. La más evidente es la cantidad de preocupaciones y gestiones que uno se quita de encima y, en cierto rango de uso, el coste mucho menor que supone anualmente: de una detallada comparativa —y bastantes cálculos— que hice hace unos meses deduje que podría hacer entre 150 y 200 salidas de unas 4h al año antes de llegar a un gasto similar al que me supondría tener un coche propio, lo cual es muchísimo más de lo que esperaba… y estaba calculando a la baja el coste de este último.
Si tenéis curiosidad por comparar los costes para vuestro nivel de uso del coche, hay un par de calculadoras disponibles online, tanto para el coche privado como para el carsharing, que podéis usar para obtener datos orientativos. Desde Respiro compartían hace tiempo una estimación hecha para un caso particular, y seguramente podréis encontrar otras por la red.
Y hay que pensar no sólo en términos de dinero, sino también de tiempo. No he visto ningún estudio al respecto pero sería igualmente interesante: ¿cuánto tiempo podríamos ahorrar al año, al usar un servicio de carsharing, en gestiones y mantenimiento?
La otra diferencia es de tipo colectivo y global: teniendo en cuenta que un coche, en Madrid, pasa aparcado de media el 97% de su vida útil, compartirlo tiene mucho sentido también en términos de eficiencia energética… y de calidad medioambiental del entorno urbano, pero estos aspectos los comentaré con más detalle en el próximo post de esta serie.
¿Las diferencias con un servicio de alquiler tradicional? Por un lado, el coste es mucho más ajustado, incluso aunque acabes alquilando un día entero; por otro, la flexibilidad de uso es mucho, muchísimo mayor, pudiendo reservar o cancelar la reserva de un vehículo minutos antes de usarlo, seleccionar un rango de tiempo con una precisión de un cuarto de hora o modificar la duración de la reserva sobre la marcha, ya en el vehículo.
Un caso imparable de economía colaborativa
El carsharing se puede encuadrar en la llamada sharing economy o economía colaborativa, basada en el acceso compartido a productos y servicios frente a la propiedad de éstos, y generalmente apoyada en plataformas digitales que facilitan la interacción y la gestión de las actividades.
En una de las varias charlas que hemos tenido sobre el tema, Agustín de Saralegui, de la empresa Respiro, mencionaba un extenso estudio de Frost&Sullivan —del que habla también Sarwant Singh en Forbes— y me daba, bien despiezados, los datos más significativos. Y son ciertamente significativos.
Pese a ser todavía una actividad emergente —habiendo comenzado a funcionar apenas en 2008— el crecimiento que se prevé es enorme, del orden de diez veces en 5-10 años: de los 90.000 coches en régimen de carsharing que hay hoy en el mundo, se espera que para 2025 ronden el millón, pasando de los 3,3 millones de usuarios a alrededor de 40 millones ya en 2020. Una perspectiva prometedora incluso en una sociedad como la española, donde la propiedad tiene aún un fuerte arraigo cultural. Todo ello en 2014, año histórico en el que, por primera vez, en España se están vendiendo más bicicletas que coches. Algo está cambiando, y muy rápido.
¿Cómo se están tomando esto los fabricantes de coches? Los más espabilados se están dando cuenta que el futuro del coche está, al menos, tanto en el acceso como en la propiedad, así que están cambiando sus modelos de gestión y marketing para funcionar más en leasing, ofreciendo servicios añadidos —como los superchargers, las estaciones de recarga gratuita de Tesla Motors—, o con flotas enteramente dedicadas al alquiler o al carsharing.
Según el estudio mencionado, el carsharing está atrayendo sobre todo a jóvenes entre 25 y 34, con menos recursos, sin familia propia, acostumbrados a usar un coche ajeno, más próximos a la economía colaborativa gracias a su estrecho contacto con Internet, y para los que, aparentemente, tener coche ya no mola tanto. Mi experiencia, al menos, coincide con el estudio: tenerlo presenta cada vez menos atractivo. Poder usar un coche nuevo del tipo que necesito y sólo cuando lo necesito, eso sí que mola.
¿Y en Madrid?
Todo esto, que hace unos años sonaba prometedor pero algo remoto, en Madrid es ya una realidad que ha venido para quedarse. Actualmente hay dos empresas consolidadas que ofrecen servicios de carsharing: Respiro y Bluemove. Cuando, hace unos meses, hice la comparativa de servicios y precios mencionada más arriba, había una tercera, HelloByeCars, que a día de hoy parece haber desaparecido del mapa.
La implantación del carsharing en la ciudad está bastante avanzada, cubriendo de forma uniforme todo el centro con más de 80 aparcamientos —unos 150 vehículos— de Respiro y alrededor de 50 —más unos 30 coches aparcados en la calle— de Bluemove, cifras que están en constante aumento dado el rápido crecimiento que están experimentando ambas empresas.
En ambos casos el funcionamiento es parecido: la reserva se puede hacer por teléfono y a través de Internet usando ordenador o móvil, y el acceso al coche se realiza pasando la tarjeta personal por un detector situado en el exterior del coche. Una vez abierto, en el interior encontraremos la llave de arranque y una tarjeta para el caso en que hiciera falta repostar. Además encontraremos el historial de incidencias del coche por si notáramos alguna anomalía, y un breve manual de uso, muy útil para esos primeros y algo desconcertantes encuentros con el carsharing.
En cuanto a la flota, cada empresa ha adoptado un enfoque distinto: mientras que en Bluemove es bastante homogénea y marcada por su reciente acuerdo con Kia, en Respiro la flota se diversifica mucho en cuanto a marcas, modelos y tipos de vehículo, con lo que, si estás dispuesto a moverte a un parking más lejano, puedes acceder a una variedad mayor. Respiro es además la única que tiene varios modelos de carga, fundamentales si, como en mi caso, una de las pocas cosas para las que realmente necesitas un coche es para hacer la mudanza o llevar algún objeto grande de forma ocasional. Ambas incluyen algún modelo eléctrico, cuyo número y variedad es previsible que aumente en los próximos años.
Ambas empresas coinciden en referirse al carsharing como “coche de barrio”. La idea, en palabras de Agustín de Saralegui, de Respiro, “es que el vecino, sin renunciar a la flexibilidad de tener toda una flota a su disposición, acabe desarrollando una relación de familiaridad con el coche que usa habitualmente, generalmente situado en el parking más cercano a su casa o trabajo”. El uso compartido puede ser también una excusa para generar comunidad a nivel de vecindario, favoreciendo el contacto entre los vecinos y abriendo las puertas a compartir y colaborar para viajes, recados, etc. Hacia esto apunta Bluemove Community, una plataforma que propone la adquisición a través de un contrato de renting, por parte de un “vecino conector”, de un vehículo con la tecnología de carsharing preinstalada, con la condición de que el “conector” comparta un porcentaje del tiempo de uso del coche y promueva su uso entre sus amigos y vecinos. Sin llegar a ser un modelo de carsharing P2P puro, esto permite crecer de manera más descentralizada, bajo demanda, y dando cierta preferencia de uso a los usuarios que necesiten el coche con regularidad.
Hasta aquí, una instantánea de lo que es el carsharing ahora mismo en Madrid. Dentro de unos meses el panorama puede haber cambiado bastante. Como comentaba más arriba, las expectativas de expansión son enormes. En palabras de Saralegui sobre el futuro de Respiro: “Ahora estamos en 154 coches, y mañana entran 5 más. Están entrando nuevas unidades continuamente en función del aumento del número de usuarios y antes de que acabe el año serán 200 coches de Respiro en Madrid. Para 2015 doblaremos —como mínimo— hasta los 400 coches de carsharing en la ciudad.”
En los próximos artículos de esta mini-serie entraré en más detalles sobre el impacto del carsharing en la vida urbana y sobre la experiencia que, como usuario de Respiro, he tenido con el “coche de barrio” durante estos meses.