Desde el paseo y el encuentro hasta el transporte y la venta ambulante, las aceras han tenido muchas funciones desde finales del siglo XIX. Aunque han sido consideradas como “los principales espacios públicos de la ciudad” y “sus órganos más vitales”, no siempre ha sido evidente la distinción entre sus dimensiones sociales y físicas.
A finales del siglo XIX ya era habitual construir aceras en Londres, París y otras ciudades europeas. Las grandes avenidas que se construyeron en París, Viena y Barcelona reservaron aceras generosas para las multitudes de flâneurs y paseantes, como lugar de encuentro y de interacción social. Inmortalizadas por los pintores impresionistas, las aceras personificaron la urbanidad del siglo XIX en el imaginario colectivo.
Uno de estos usos, el desplazamiento, se convirtió en el objetivo principal de esos espacios. Lograr una movilidad sin obstáculos para los peatones fue la principal justificación para restringir otras actividades. El peatón se convirtió en el público objetivo para el cual se construían las aceras. La aceptación de que caminar es el uso principal de las aceras se ha mantenido a lo largo siglo XX.
A pesar de que el siglo pasado nos dejó un legado de cambios sociales y políticos positivos —actividades que desafiaron la segregación y se integraron al día a día de una generación posterior—, hoy día los usuarios de las aceras tienen una relación ambivalente con diferentes personas y actividades disruptivas. Es decir, con aquellos eventos que interfieren con la movilidad y bloquean o retrasan a los viandantes. En otras palabras, ponen en entredicho la noción misma de que los peatones son los usuarios principales de las aceras.
Las aceras presentan una paradoja. Muchas de las actividades que suceden en ellas tienen finalidades superpuestas y es esta diversidad la que atrae a la gente a la calle. Sin embargo, al mismo tiempo, las actividades coexistentes pueden entrar en conflicto unas con otras. Las aceras son parte funcional de la calle pero además son útiles para los espacios colindantes. Las personas que dependen de actividades en la calle se convierten en un problema. Aunque los reglamentos y las normativas que regulan la vida cívica y urbana deben contribuir a un fin público y de interés general, en la medida que el público se compone progresivamente de grupos con necesidades e intereses diversos , su utilidad y su eficacia son relativas y, en muchos casos, ambiguas.
Las personas inmigrantes y otros sectores de bajos ingresos han utilizado tradicionalmente —y así lo siguen haciendo— la venta ambulante como actividad económica principal. Al hacerlo están compitiendo con las empresas instaladas de forma permanente y desencadenan el malestar de los comerciantes establecidos, que entran en conflicto por la apropiación de los espacios públicos. Las autoridades municipales se oponen a la venta ambulante en nombre de la “salud pública”, la “estética”, o el derecho de de los ciudadanos a una “movilidad sin obstáculos” en las aceras. Con frecuencia los vendedores ambulantes son descritos en el imaginario público como “ruidosos”, e “indeseables”. Las ordenanzas que regulan el comercio ambulante se adoptan para eliminar el ruido, la congestión y la suciedad.
Los municipios suelen estar de acuerdo en que el peatón es el único usuario legítimo de la acera. En otras palabras, el peatón se define como el público para el que se deben crear las aceras y el objetivo de despejar esa circulación peatonal prohíbe otras actividades “disruptivas” y “molestas”. En cambio, los vendedores ambulantes y sus defensores rechazan la idea de que la acera es un hermoso espacio para la circulación peatonal sin obstáculos y que ha de ser protegida por los agentes de seguridad. En su lugar, proponen una visión de usos múltiples considerando que “las actividades de subsistencia” suponen siempre un uso legítimo del espacio público.
Los argumentos y contraargumentos desvelan dos visiones contradictorias de las aceras. Una está sostenida por un sector que quiere mantener las aceras a salvo, limpias, predecibles, ordenadas y estéticamente agradables, como espacio de conexión de puntos de origen y de destino y sirviendo, al mismo tiempo, a comerciantes de establecimientos allí localizados. A esta visión se contrapone aquella defendida por quienes se apropian de forma activa de las aceras (a través de sus cuerpos, instalaciones y mercancías) para el comercio y los intercambios económicos. El choque de estas dos visiones ha generado y sigue generando controversias y disputas que ponen en entredicho los usos de la ciudad.
Por un lado los vendedores ambulantes defienden su derecho a la ciudad y a sus espacios públicos para realizar actividades económicas. Por otro lado, los comerciantes establecidos y los residentes de la clase media y alta afirman estar siendo perjudicados por el desorden, la congestión y la competencia desleal impuesta por aquellos. Entre ambas visiones e intereses, pero por lo general del lado de los residentes y comerciantes establecidos, se encuentran las autoridades municipales que imponen una racionalidad técnica en un conflicto que deja entrever diferentes valores y normas culturales. En todo caso, las luchas sociales y políticas sobre el uso de los espacios públicos son raramente resueltas en su totalidad a través de ordenanzas municipales, del “zoning” o de otros mecanismos de regulación y ordenamiento urbano.
Algunas políticas urbanas intentan eliminar, contener o prohibir actividades controvertidas. A menudo se confunde el espacio público en tanto que “entidad social” (a través del cual las personas desarrollan relaciones, gestionan intereses articulados, y viven vidas compartidas y variadas) con la concepción del espacio público como “entidad física” (un espacio que puede ser controlado por una autoridad). No olvidemos que las políticas urbanas y todas las acciones sobre la ciudad son tanto reacciones incrementales como intentos activos por “purificar” el espacio público. Pero las ciudades necesitan enfoques innovadores que hagan posible integrar actividades diversas, usos complejos y, a menudo, objetivos contradictorios con el fin de asegurar espacios urbanos plurales, abiertos a todos los públicos.
Artículo por Fernando Barreiro, Experto líder del proyecto URBACT USER
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Proyecto USER
Getting Residents Involved in Improving Public Spaces: Lessons Learned – Blog de URBACT