El boom del crowdfunding. Una idea nada nueva, con nuevos medios.
El crowdfunding o financiación colectiva (o en masa) es un concepto que viene de lejos y que se puede definir sin mucha complicación: consiste en la financiación de un proyecto a través de la suma de muchos aportes, generalmente de baja cuantía, frente al modelo del gran inversor. Por ello también se le conoce como micromecenazgo. Pero esa definición esconde muchas complejidades, como iremos viendo.
Las prácticas de préstamo o apoyo microfinanciero tienen un doble origen. Por un lado en la necesidad de las comunidades con recursos escasos de generar recursos de capital para desarrollar proyectos productivos o personales de sus miembros. Hay modalidades en distintos contextos culturales en las que los participantes generan un fondo general al que se tiene acceso por turno o sorteo, mientras que en otras variantes la financiación tiene lugar entre individuos (peer to peer). Por otro lado el crowdfunding se puede entender como un desarrollo de la tradición filantrópica, especialmente en países anglosajones con una fuerte tradición de la sociedad civil donde la donación constituye una forma de contribución a la mejora de la comunidad, una forma de lograr estatus para el donante y exenciones fiscales. En Estados Unidos la cultura de la donación es muy importante y a menudo supone el desarrollo de proyectos vitales para los sectores más desfavorecidos a los que las políticas del Estado no llegan o lo hacen de forma insuficiente. En este contexto es importante fijar el comienzo del crowdfunding con interés social o comunitario en una evolución natural en la que las nuevas tecnologías se convierten en una herramienta decisiva para atomizar el concepto de donación, a la vez que aproxima proyectos e iniciativas a la sociedad en general, que a menudo reacciona en relación a estímulos solidarios, identitarios o políticos.
Desde principios de los 2000 el microcrédito se fue acercando a las nuevas tecnologías, dando lugar a plataformas como Zopa, Prosper o Lending Club. Unos años después, le llegó el turno al crowdfunding propiamente dicho: cuando en 2009 apareció la primera plataforma online de este tipo, Kickstarter, se hizo rápidamente evidente que sus creadores habían dado, no sólo con un filón de negocio importante, sino con una forma de relacionar economía y cultura que iba a dar que hablar. A día de hoy no dejan de emerger nuevas plataformas en diferentes contextos y con distintas modalidades, a un ritmo cada vez más acelerado.
Con esto, era inevitable que tarde o temprano nos hiciéramos la primera pregunta que queremos abordar aquí:
¿Es posible aplicar la financiación colectiva a proyectos de transformación urbana, sean de arquitectura, de intervención en el espacio público o de diseño urbano? ¿Qué conseguiríamos con eso?
Parece lo mismo, pero no es igual.
Ante esta pregunta se ha generado un interesante debate, planteado tanto desde el punto de vista teórico como desde la práctica y el activismo.
Las primeras respuestas fueron directas y sin concesiones: probarlo. Poner una pieza de mobiliario urbano, un jardín comunitario y hasta una gran piscina experimental como +Pool, directamente en Kickstarter, metiéndolos en la categoría de diseño entre una pulsera y unos calcetines, y ver qué pasaba. Total, sólo es una diferencia de tamaño y cantidad, ¿no?
¿Lo es, realmente? Alexandra Lange lo pone en duda en su artículo Against Kickstarter urbanism (Contra el urbanismo Kickstarter), en cuyo encabezado web se puede leer, entre líneas de código, que el título original era en realidad un menos contundente pero más ilustrativo “puedes kickstartear una cuchara comestible, pero no una ciudad”. El artículo, que también comentaba Bernardo Gutiérrez en su recientísimo post ¿Crowdfunding para ciudades?, está lleno de dudas más que razonables.
Una plataforma de financiación apta para un reloj no es una plataforma de financiación apta para una ciudad. Las expectaciones, los plazos y la comunidad relevante son salvajemente diferentes. […] La línea de tiempo de los proyectos urbanos, los permisos requeridos en la vida real y los enormes costes de construcción son muy poco adecuados para el enfoque de Kickstarter. […] Un parque va a requerir mucho más que 5€ y un “¡Buena idea!”.
Es cierto. Entre el dinámico vídeo de presentación o los atractivos renders iniciales y el proyecto acabado hay más distancia de la que muchos usuarios pueden percibir o entender en el momento de decidir si hacen o no su aportación. La complejidad real del proceso que un gran proyecto tiene detrás acaba dejando aquella página inicial de Kickstarter como un mero ejercicio de storytelling tan hueco como bien intencionado.
Propuestas como + Pool o LowLine tienen una cosa en común: muestran la evocadora imagen final de un proyecto muy ambicioso (imperativos del marketing), pero en realidad piden fondos para un primer paso realista y casi modesto: un prototipo a escala real de la solución constructiva a emplear. La visión y el plan de trabajo se confunden, provocando que un micromecenas poco atento caiga fácilmente en el error de obviar la distancia que hay entre ese primer prototipo (diez o veinte veces más costoso que la media de los diseños completos presentes en la misma plataforma) y el proyecto final construido y utilizable (a un nivel de presupuesto muchísimo mayor). Como dice Lange en su artículo, “el sueño consumible estaba a años y burocracias de distancia”.
Todo ese “lastre” no visible, en forma de trámites, procesos de diseño, requisitos, agentes implicados, dificultades técnicas, condiciones legales, apoyos o desconfianzas varias y demás elementos que un profesional de estas áreas conocerá bien pero que incluso él difícilmente podrá prever, es lo que Dan Hill de Sitra llama “materia oscura” y sitúa como uno de los temas a resolver por cualquier plataforma de crowdfunding que quiera aspirar a lanzar proyectos de gran escala.
Lange concluye su artículo con un decepcionado “todo lo que el formato [de Kickstarter] puede manejar son pequeñas piezas del puzzle, como gizmos [o gadgets]”. Pero como comentan en un artículo de Project for Public Spaces que responde en cierta manera al de Lange, esto puede ser también una oportunidad:
Las estrategias destinadas a dar vida al espacio público a corto plazo pueden ser una manera extraordinariamente efectiva de construir el soporte de la comunidad para proyectos más grandes.
Lo cual podemos reconocer como la base de muchos proyectos de urbanismo táctico que, a través de acciones ligeras de bajo perfil económico y pocos requerimientos burocráticos, han logrado despertar una comunidad a su alrededor. En el urbanismo táctico o en cualquier proceso de transformación urbana de estas características no se produce exclusivamente una intervención en el espacio o en la trama urbana. Los proyectos que se desarrollan de abajo a arriba (bottom-up) son procesos en los que a menudo se producen negociaciones, generación de conocimientos, nuevas narrativas sobre el espacio y la identidad del lugar y de sus habitantes. Todo ello constituye un valor añadido que a menudo supera en el tiempo la vida de la dimensión física de la intervención.
Las plataformas genéricas de crowdfunding han demostrado ser muy aptas para financiar y lanzar “dispositivos”, objetos o construcciones de pequeña escala, bajo coste y alta replicabilidad, que muchas veces tienen más potencial para transformador que otras infraestructuras de gran porte. Parece razonable incorporar esta particularidad, como un aprendizaje, en cualquier plataforma específica que esté por aparecer.
Pero… insistimos en ir a lo grande. ¿Qué plataformas necesitaremos?
Tras intentar usar una plataforma existente como Kickstarter (o Goteo, con proyectos como el Aula Abierta de Sevilla, o cualquier otra) y descubrir que no valen para todo por igual, los promotores inquietos con grandes proyectos entre manos vuelven su mirada hacia las propias plataformas: Si estas no nos valen, ¿cómo es la plataforma que vamos a necesitar?
Como respuesta a esa pregunta comienzan a aparecer webs más especializadas como Spacehive, una web de crowdfunding para proyectos de mejora de vecindarios, Civic Sponsor, que se define como una plataforma de financiación para proyectos públicos, o Ioby, para proyectos dirigidos a la mejora del entorno local. Sin embargo, éstas aún se parecen muchísimo al modelo de Kickstarter y no incorporan los aspectos específicos de escala, tiempos, gestión, comunidad, etc. que acabamos de comentar.
Una plataforma que quiera resolver esa complejidad tiene que plantearse cada proyecto como un todo interrelacionado con problemas más generales que el de su financiación, como los referentes a la participación, al contexto, al apoyo y coordinación de los agentes implicados, al proceso de trabajo en sí, a los posibles conflictos con los cauces oficiales del planeamiento (la convivencia de ciudadanos e instituciones que comentaba Bernardo), etc.
Los proyectos, en una plataforma así, deberán estar compenetrados con una comunidad, o ayudar a crearla, en lugar de quedar exclusivamente sujetos a las vicisitudes del marketing como sucede muchas veces en el crowdfunding, donde “gana” el que tiene el vídeo más llamativo, o más amigos, o el que mejor ha sabido contar su historia.
Y por si fueran pocos requerimientos, las plataformas digitales plantean dudas relacionadas con la brecha digital: ¿Cómo resolver la relación entre entre la comunidad local, del lugar, y la global, de las redes sociales? ¿Cómo hacer llegar este proceso y estas herramientas a la gente que no está en la red? ¿Cómo hacer transparente en el espacio físico lo que sucede en el digital, y viceversa?
¿Hay algún proyecto que esté abordando este desafío a día de hoy? Podemos encontrar varios, incluyendo los mencionados más arriba que están en constante evolución, aprendiendo de sí mismos. Uno de los que más claramente están abordando este proceso de diseño de nuevas plataformas es Brickstarter.
Hablábamos antes de Dan Hill y el concepto de materia oscura. Pues bien, este es sólo uno de los muchos aspectos que desde Brickstarter, del cual él forma parte, se están replanteando. Frente al enfoque más bien inmediato de proyectos como Spacehive, éstos han optado por abstraerse de lo que actualmente se entiende por plataforma de crowdfunding y tratar de dar forma a algo nuevo que integre los diferentes aspectos mencionados. Su blog es una inspiradora colección -de lectura recomendable- de profundas entrevistas y detallados análisis claramente dirigidos a extraer conocimiento del estudio de casos.
Para hacernos una idea rápida (aunque parcial) de por dónde van sus planteamientos, basta con que nos fijemos en uno de los bocetos preliminares que, en un buen ejercicio de transparencia, han publicado en el blog:
Esto ya no se parece tanto a Kickstarter, ¿verdad? Aparecen un buen montón de conceptos nuevos: escala, tiempos, valor, agentes de varios tipos (promotores, partidarios, patrocinadores), una clara diferencia entre el estado de financiación, de apoyos y de aprobación o permisos, un seguimiento de problemas, debates, algo que parece un feed local, etc. Este boceto tiene una profundidad de planteamientos y una complejidad detrás que ya parecen más acordes con el tema. Y sólo es un esbozo muy preliminar de una futurible plataforma online, que con toda seguridad es (o idealmente debería ser) sólo una parte del plan de trabajo de Brickstarter.
Para acabar este artículo dando pie a nuevas reflexiones os dejamos, como propuesta no cerrada, una serie de planteamientos que pensamos que deberían tratar de incorporar las plataformas de crowdfunding centradas en proyectos públicos y desarrollo urbano:
- Mostrar todo el proceso y sus implicaciones, incluida la “materia oscura”.
- Permitir empezar desde la pequeña escala, valorando el potencial de los dispositivos “low-” y el enfoque del urbanismo táctico para dar pie a proyectos mayores.
- Aportar y visualizar un valor de retorno en cada paso del proceso, tras cada ciclo convocatoria-desarrollo-logro.
- Cambiar el enfoque de la plataforma, desde una simple financiación colectiva hacia un “qué necesitamos para que esto suceda”, en el que se incluya la entrada de acciones y recursos distintos del simple aporte de dinero, como ya sucede en Goteo o en Civic Crowd.
- Combinar el anterior con un enfoque de “gestión integral del proyecto”, del que la financiación colectiva (o mixta entre lo colectivo y lo institucional) sea sólo una parte.
- Plantear esa plataforma como una base ligera sobre la que añadir diferentes “herramientas” de gestión, de forma que sea adaptable a proyectos más o menos complejos sin abrumar al usuario.
- Asumir que la plataforma no lo es todo, y que hay toda una serie de canales, medios o espacios que tendrán que ser tenidos en cuenta y coordinados entre sí.
- Aceptar que estamos al comienzo de un camino, un camino que se hará al andar.
Este artículo es fruto de una colaboración entre Andrés Walliser (@andreswalliser), desde Nueva York, y Jorge Toledo (@eldelacajita), desde Madrid, a través de Ecosistema Urbano (@ecosistema), para el blog de La Ciudad Viva.
Ver artículo original
P.D. de Jorge: Esta entrega sobre el tema iba a terminar aquí, pero en el momento de su publicación sucedió algo que bien merecía extenderse un poco más. Andrés y yo teníamos muchas ganas de escribir acerca de esto porque de alguna manera se percibe como un tema que “está en el aire”, que está en el aire con tal densidad que llega al “punto de condensación”. Y es que como los cazanieblas, parece ser que las redes en que nos movemos contribuyen a condensar las ideas y las hacen fluir hacia la corriente (en inglés, tal cual: stream) de la conversación colectiva. Tres días antes de la publicación original de este artículo, y con este todavía en sus huesos, Bernardo Gutiérrez publicó su artículo ¿Crowdfunding para ciudades?. Dos días después, la red seguía goteando: cuando me disponía a rematar y publicar el artículo, me llegó de pronto una inesperada invitación desde Think Commons a un hangout, una sesión de videochat online. Un timing de primera. Al entrar me encontré a Carlos Cámara, Ferrán Reyes y Domenico di Siena en pleno debate sobre… sí, este mismo tema. De modo que no he pude menos que incorporar este texto a la conversación, y viceversa.
Aquí tenéis un vídeo, fruto de ese momento de serendipia, que es casi la versión audiovisual de este artículo. Os lo recomiendo porque aborda algunos de los puntos clave comentados en este artículo, y unos cuantos más que no tienen desperdicio y que entrarán con seguridad en alguno próximo.
Para los más impacientes: alrededor del minuto 19′, la conversación, inicialmente errática, enlaza de forma natural con el tema del crowdfunding, y hacia el minuto 37′ es cuando me incorporo y comenzamos a conectar con lo comentado en este artículo.